Los emperadores romanos celebraban sus triunfos agasajados por las multitudes, mientras un subordinado les recordaba su mortalidad. La actualidad y sus circunstancias se han empeñado en nuestro caso, en hacernos valorar la benevolencia de tiempos anteriores, que obviamente y en su momento no fueron así percibidos, y sin duda la película , nos hace recordar que dentro de la innumerable lista de problemas a la que nos enfrentamos como especie, tampoco estamos tan mal, al menos de momento, como dijo en su día, aquel presidente de club levantisco, de moral relajada y corte epicúreo. Lo cual no deja de ser cierto ejercicio de higiene mental.

El film está producido parcialmente por el propio actor principal, lo cual además de un ejercicio de valentía, supone fé en el conjunto del trabajo y en mi humilde opinión, eso se plasma en la calidad de la interpretación, de Gerard Butler, que nos deja una mirada creíble, emotiva y alejada de la orientación de sus performances más características. Morena Baccarin consigue transmitir la angustia de la madre que ve a su hijo afrontar un destino cierto, mientras que el niño lo clava en una interpretación que tensa el plexo solar, ayudado por una muy acertada ubicación en los planos, y una cámara muy dinámica y zarandeada que incrementa la sensación de tensión.

Por otra parte el film introduce un dilema moral acerca del derecho a la vida, pero no lo desarrolla confirmando su vocación de blockbuster. Introduce situaciones inverosímiles (spoiler) y otras predecibles, si bien es un conjunto bien entretenido.

Por lo demás no aporta mucha novedad a las películas de catástrofes más notables hasta la fecha, aunque dadas las circunstancias gusta porque uno se aferra al cine, al igual que la madre a su hijo, ya que sabe que lamentablemente esa angustia presagia lo inevitable.