Sospecho que si Santiago Segura no fuera gordo (a veces menos, pero gordo), más bien feo y medio calvo no sería tan sencillo confundirle con el personaje. Si Santiago Segura fuera un galán de 1'85, 78 kg de peso, rostro apolíneo y cabeza perfectamente cubierta de pelo que a veces se disfraza de Torrente costaría menos que alguna gente supiera distinguir entre ficción y realidad. Igual también ayudaría que en lugar de su acento de Carabanchel hablara como un académico y en las entrevistas se tomara mucho más en serio. Y es que creo sinceramente que muchas de las críticas morales que se le hacen a Torrente se filtran por un deseo más o menos soterrado de esconder que el propio Segura les produce repulsión. Resulta irónico que una gran parte de sus críticos hayan caído en las garras de los prejuicios que denúncia la película.

Dicho esto, la primera de Torrente tiene el gran mérito de resultar morbosa en el sentido más exacto de la definición: es repulsivamente atractiva. Y divertida. Sobretodo divertida. Porque todo aquel que se sienta amenazado por Torrente y el universo que lo rodea o bien se ha visto en el espejo y no es capaz de reírse de si mismo o no es capaz de reírse en absoluto. También puede ser que la persona en cuestión tenga gustos refinados y haya olvidado que la risa es algo primario, que a menudo surge de la incomodidad y nos sirve para canalizar instintos primários que reprimimos por el bien de la sociedad. Que se niegue a si mismo que cuando vemos a alguien caer al suelo lo primero que hacemos es reír y lo segundo pensar que está mal. Pero un ser tan poco emocional y tan intelectualizado no debería perder su tiempo viendo Torrente y mucho menos despellejándolo en una crítica cinematográfica.