Si no se puede hablar, mejor cerrar la boca.
Y cerrada la tiene que tener un célebre psiquiatra neoyorquino, Nathan (Douglas), especializado en el tratamiento de adolescentes, pues los malos tienen a su hija secuestrada y no debe enterarse de nada la Policía.
Robo de una joya, robo entre los propios ladrones y cárcel para los que se quedan con un palmo de narices. Venganza posterior, etc. Nada nuevo bajo el sol.
Comienzo muy dinámico, acción abundante y luego la típica relación entre los secuestradores y la familia del secuestrado.
Mientras tanto el Dr. Nathan debe sonsacar a una paciente que ha pasado en diez años por veinte hospitales con otros tantos diagnósticos. Vamos, un reto profesional.
Guion bastante convencional con algunos saltos en la trama mal explicados. Rutinaria realización, más preocupada por la acción para que no decaiga que por prestar un poco de atención a los personajes.
Más acción que tensión, pero se puede ver. Eso sí, bien callados.