Cinta muy característica del cine de acción de los 70, con polis buenos y jefes polis (ya políticos) malos o bobos o las dos cosas.
Otra de protección o de conducción a un testigo ante el juez para que declare. En este caso un adusto policía, Ben (Eastwood), y Gus (Locke), una fulana. Naturalmente acaban enamorados. Es lo que tiene el roce.
Pero hay que llegar ante el juez y, al final, no se les ocurre otra cosa que ir en un autobús más o menos blindado en medio de dos larguísimas filas de polis disparando sin cesar. Extrañas órdenes que les mandan cumplir.
Más de tres mil impactos y ninguno en las ruedas. ¿Tan mala puntería?
Una cosa es no disparar al pianista del saloon y otra no acertar en ninguna de las ruedas de un autobús.
De repente, en un momento dado, cesan bruscamente los tiros. ¿Qué ha pasado con los agentes?
Ya nos lo había dicho antes Ben cuando recuerda su infancia de quinqui, "Los policías son lo único digno que hay en la sociedad". Pues eso, que se han dado cuenta que eran buenos.
Pasable no más D. Clint.