A veces me pregunto por qué las películas españolas (sobre todo las de finales del siglo pasado) suelen estar protagonizadas por un grupo de actores que se podría definir como habituales, pero una vez contemplada esta historia me viene la respuesta de inmediato: porque son excepcionales. Una (en mi opinión) sobrevalorada Penélope Cruz que se desenvuelve mucho mejor lejos del glamour hollywoodiense, la embriagadora (o embriagada) presencia de Rosa Mª Sardá, el hieratismo que tan bien le viene a veces a Antonio Resines, la interpretación... rosa, por decirlo de algún modo, de Santiago Segura o la breve, pero entusiasta, aparición de María Barranco y Juan Luis Galiardo configuran, a mi exiguo entender, un reparto de auténtico lujo. Tanto, que incluso podría considerar la aportación de Jorge Sanz como... aceptable,... sí, aceptable.

Con este plantel, un guión brillante marca de la casa (de la casa de Rafael Azcona) y una notable escenografía, Fernando Trueba nos brinda un singular cóctel de comedia, Historia, drama y metacinematografía. Agitado, no revuelto.

Todo ello para presentarnos una excepcional película que hay que ver... aunque sea con buenos ojos.