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Voto de Espárrago:
9
Drama Una clase de bachillerato realiza su particular viaje de fin de curso; un viaje que se convierte en un retrato colectivo y antropológico en el que se capturan momentos muy particulares de madurez y desinhibición, de soledad e integración, de amor y crueldad.
15 de mayo de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para mí la maestría en el cine pasa por esto. Por una película llena de imperfecciones técnicas, justificadas por su condición de inevitables. Puestas al servicio pleno de lo que se cuenta, sin hacerle ni un mínimo de sombra, pero reluciéndolo a su vez.

He tenido que esperar desde 2018 para volver a ver “Si vamos 28, volvemos 28”, una pieza que narra el viaje fin de Bachillerato por Andalucía (mi tierra natal) de una clase madrileña. En ese primer visionado, yo cursaba Bachillerato, y es ahora dos años después, cuando valoro más esta obra, echando una vista atrás más consciente y llena de nostalgia, de un momento tan particular como irrepetible.

Estamos frente a una peripecia cinematográfica desmerecidamente desapercibida. Porque su éxito artístico podría considerarse algo casi milagroso. Puesto que lo genuino que encierran sus escasos 80 minutos de metraje es totalmente extraordinario.

Empezando por su concepción, producir un adentramiento en el universo adolescente con la intención de obtener un retrato altamente veraz, es algo que, antes de ver esto, consideraba imposible. Pero claro, es Jonás Trueba. Y es su mirada sensible y concreta la que consigue propiciar ese clima y consecuentemente armar el relato. Logrando ocultar la existencia de la cámara tanto a ellos como a nosotros.

Un relato que, como es habitual en el director, se compone de situaciones llenas de vida y repletas de detalles, que pueden funcionar perfectamente individualmente. Porque una trama o argumento clásico es algo que no interesa aquí.

Son los juegos nocturnos, las tímidas desobediencias, las conversaciones no superficiales (y las que sí), las frases mal rapeadas, las miradas, las risas, los besos, las lágrimas, las fiestas, los auriculares compartidos o unas manos entrelazadas; lo que de verdad interesa.

Y todo esto emerge de la cocreación. De que Jonás confíe y delegue una amplia zona del proceso creativo a los protagonistas. Y ahí es cuando las personas superan al personaje. Los actores se muestran transparentes y consiguen que el espectador sienta que los conoce de toda la vida. Cada uno de ellos con formas de ser y roles de grupo muy marcados como es usual a esas edades.

La única pega que le pondría a este largometraje son sus últimos 10 minutos, dónde reniega de tener una identidad de ficción y se convierte en un híbrido. Creo que le resta magia y que no conjuga del todo con el resto.


Por último decir que espero que mucha gente pueda disfrutar de esto y estoy seguro de que yo lo haré cada vez más con el paso del tiempo.
Espárrago
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