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Voto de Maggie Smee:
8
6.8
8,567
Drama
La mundialmente famosa Lydia Tár está a solo unos días de afrontar el mayor reto de su carrera profesional: grabar la sinfonía que la llevará a las alturas de su ya formidable carrera. Pero su vida personal y sus decisiones van a ir interfiriendo en su carrera musical con consecuencias imprevisibles. (FILMAFFINITY)
2 de diciembre de 2022
22 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me lo he pensado, pero creo que parte del comentario de “Tár” va en el espacio del “spoiler” porque quiero hablar de algunas de sus escenas. No quisiera destripar nada a los posibles espectadores y no quisiera sentirme responsable, aunque sospecho que tanto algún crítico profesional como aficionado lo van a hacer. Para mí ha supuesto, en líneas generales y ante tanta mediocridad, un balón de oxígeno. Me alegra que aún haya dosis de riesgo y se pueda llegar a producir, no sin muchos obstáculos en su producción, películas que estén claramente fuera de toda moda y que se acerquen, y mucho, a lo que es “cine de autor”. Tanto es así que su protagonista, Cate Blanchett, para tener un mayor control ante un posible e inesperado cambio de rumbo por parte de la productora, está implicada en su producción, cosa que ya había hecho anteriormente en su carrera.
Eso sí, seguro que “Tár” no va a contar con apoyo popular, no es una película para la masa, concretando, para un público palomitero el cual pueda acusarla falsamente de “gafapasta”. Así que quedan advertidos todos los “fans” de películas de acción y explosiones, que es una opción respetable, pero son de un gusto incompatible en esta ocasión. Tampoco es un espectáculo suntuoso de presupuesto como “Amadeus” ni tiene los trucos necesarios para enganchar al público mayoritario como en el caso de la sobrevalorada “Whiplash”.
Es una película muy bien planteada, muy pensada en su estructura y muy bien resuelta, pero sin falsas piruetas, pecando hasta de concisa.
A mí me salen unas diez nominaciones para el “Oscar”: película, director, guión, actriz principal, doble nominación para sus secundarias, banda sonora, fotografía, montaje y sonido. No sé si son demasiadas para un film tan “outsider”, quizás demasiado optimismo por mi parte, pero ya el año pasado me alegré de que “El poder del perro” tuviera tantas consideraciones aunque al final en premios, lógicamente, se quedara muy corta, cosa que con “Tár” se podría volver a repetir.
Me tendría que remontar al clásico denostado de Andrzej Wajda “El director de orquesta”, o más recientemente a “Sinfonía en soledad: Un retrato de Glenn Gould”, de François Girard (también director de “El violín rojo”) o “El último concierto”, de Yaron Zilberman, para encontrar un film que siga el tono que se aquí se plantea y gire de forma tan rigurosa y formada en torno a lo que es la música clásica, la orquesta, sus directores y su peculiar entorno, aunque el único nexo entre ellas sea que precisamente no fueron éxitos comerciales.
Nada nuevo que yo recomiende verla en su versión original subtitulada, pero es que aquí se salta de un idioma a otro, aunque sea en breves momentos, y todo eso se podría perder, aún desconociendo el doblaje que le puedan hacer.
Pues paso al “spoiler”, pero si deciden verla, no se formen ideas preconcebidas ni se creen expectativas. Con sus virtudes (que hay muchas) y algún “defecto” es un film, al menos para mí lo fue, muy disfrutable. Y tirón de orejas a ciertos críticos de cuarta que emplean términos, a la primera de cambio, que contagian a los más profanos, con eso de “drama que se cuece a fuego lento” y paparruchas de ese talante. Aquí todo lo que no sea sincopado es como “bajo de ritmo”, sin tener la más mínima sensibilidad que hay cosas, como en la vida, que son soterradas. Mera cuestión de formación y de no ver tanto cine obvio.
Eso sí, seguro que “Tár” no va a contar con apoyo popular, no es una película para la masa, concretando, para un público palomitero el cual pueda acusarla falsamente de “gafapasta”. Así que quedan advertidos todos los “fans” de películas de acción y explosiones, que es una opción respetable, pero son de un gusto incompatible en esta ocasión. Tampoco es un espectáculo suntuoso de presupuesto como “Amadeus” ni tiene los trucos necesarios para enganchar al público mayoritario como en el caso de la sobrevalorada “Whiplash”.
Es una película muy bien planteada, muy pensada en su estructura y muy bien resuelta, pero sin falsas piruetas, pecando hasta de concisa.
A mí me salen unas diez nominaciones para el “Oscar”: película, director, guión, actriz principal, doble nominación para sus secundarias, banda sonora, fotografía, montaje y sonido. No sé si son demasiadas para un film tan “outsider”, quizás demasiado optimismo por mi parte, pero ya el año pasado me alegré de que “El poder del perro” tuviera tantas consideraciones aunque al final en premios, lógicamente, se quedara muy corta, cosa que con “Tár” se podría volver a repetir.
Me tendría que remontar al clásico denostado de Andrzej Wajda “El director de orquesta”, o más recientemente a “Sinfonía en soledad: Un retrato de Glenn Gould”, de François Girard (también director de “El violín rojo”) o “El último concierto”, de Yaron Zilberman, para encontrar un film que siga el tono que se aquí se plantea y gire de forma tan rigurosa y formada en torno a lo que es la música clásica, la orquesta, sus directores y su peculiar entorno, aunque el único nexo entre ellas sea que precisamente no fueron éxitos comerciales.
Nada nuevo que yo recomiende verla en su versión original subtitulada, pero es que aquí se salta de un idioma a otro, aunque sea en breves momentos, y todo eso se podría perder, aún desconociendo el doblaje que le puedan hacer.
Pues paso al “spoiler”, pero si deciden verla, no se formen ideas preconcebidas ni se creen expectativas. Con sus virtudes (que hay muchas) y algún “defecto” es un film, al menos para mí lo fue, muy disfrutable. Y tirón de orejas a ciertos críticos de cuarta que emplean términos, a la primera de cambio, que contagian a los más profanos, con eso de “drama que se cuece a fuego lento” y paparruchas de ese talante. Aquí todo lo que no sea sincopado es como “bajo de ritmo”, sin tener la más mínima sensibilidad que hay cosas, como en la vida, que son soterradas. Mera cuestión de formación y de no ver tanto cine obvio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
SPOILER
Tras unos títulos de créditos iniciales que parecen finales, la película arranca con una espléndida secuencia: un auditorio abarrotado presencia la entrevista que el columnista del New York Times, Adam Gopnik, desgrana sentado frente a Lydia Tár su espléndido curriculum. Ella es una eminente compositora y directora de orquesta. Todo está absolutamente medido, tanto, que vemos a Francesca Lentini (Noémie Merlant), secretaria de Lydia y aspirante a directora de orquesta, en las sombras del auditorio, mover sus labios a la par que Gopnik va contando las alabanzas de sus logros.
Lydia es una EGOT (ganadora de Emmy, Grammy, Oscar y Tony) y se prepara para la quinta sinfonía de Mahler. Ha triunfado en la vida, ella es perfecta y sus conocimientos sobre música hacen de ella un ser sobrenatural.
Su vida personal es modélica: casada con Sharon (Nina Hoss, por la he sentido muchas veces justificada predilección) viven en feliz apariencia con Petra, su hija. Todo parece tranquilo.
Lydia, cumple con su apretada agenda y acude a la emblemática escuela de Juilliard a dar su “clase magistral” a estudiantes. La primera secuencia y esta última, la filmada en Juilliard y rodada para colmo en una meritoria única toma, duran alrededor de diez minutos. Nada más que por ambas secuencias en las que Blanchett deslumbra a más no poder se debería ver la película.
Puede que al espectador medio le parezcan normales, pero no lo son. Para cualquiera que tenga nociones de interpretación (o sensibilidad) podrá apreciar que es impresionante el dominio de Blanchett, que es brutal, como en todo el largometraje, donde se va viendo que su personaje esconde fisuras, que nos va a hacer ver su lado más oscuro y que ese ser tan “perfecto”, con tanta sabiduría, es despreciable, narcisista y que no duda en aplastar cabezas, más que por ejemplo Bach, como en la escena de la Juilliard donde debate con un alumno acerca de la “ética” del compositor. Lydia, en su vorágine de proseguir caprichosamente sin pagar peaje, además empieza a sentir atracción por Olga, pero lleva escondida una historia sin resolver con Krista...
El único pero de esto, como ya indicaba en el comentario de “Carol”, son las operaciones y arreglos a los que Blanchett se está aficionando, cambiándole el rostro peligrosamente. Y es una pena, pero ella sabrá. Por lo demás, impecable. Ella perfeccionó sus nociones de piano (nadie la dobla) y habla un perfecto alemán, y, además de componer, encima condujo la Dresden Orchestra con gran profesionalidad. No sé si le darán otro “Oscar”, colocándola en lugar de privilegio con Streep. Quizás el personaje malsano (y lesbiana) que interpreta igual no es del gusto de los conservadores académicos/as y le juega una mala pasada, pero dudo que ninguna actriz este año le pueda hacer sombra.
Todo el reparto (en el que la chelista Sophie Kauer debuta como actriz en el papel de Olga), así como su fría fotografía o su personal banda sonora (que alterna temas clásicos con composiciones opacas de la estupenda Hildur Guonadóttir) son notables.
El espacio que me queda me reservo el comentar algún fleco suelto que queda, porque merece más halagos que reprimendas, que ya les llegarán, aunque ya veremos los argumentos de los que quieran esgrimirlas. Estamos ante una de las mejores del año y esa Copa Volpi que ganó Blanchett en el Festival de Venecia fue merecida. Todd Field, su guionista y director no se equivocó: sin Blanchett tenía claro que no habría película.
Tras unos títulos de créditos iniciales que parecen finales, la película arranca con una espléndida secuencia: un auditorio abarrotado presencia la entrevista que el columnista del New York Times, Adam Gopnik, desgrana sentado frente a Lydia Tár su espléndido curriculum. Ella es una eminente compositora y directora de orquesta. Todo está absolutamente medido, tanto, que vemos a Francesca Lentini (Noémie Merlant), secretaria de Lydia y aspirante a directora de orquesta, en las sombras del auditorio, mover sus labios a la par que Gopnik va contando las alabanzas de sus logros.
Lydia es una EGOT (ganadora de Emmy, Grammy, Oscar y Tony) y se prepara para la quinta sinfonía de Mahler. Ha triunfado en la vida, ella es perfecta y sus conocimientos sobre música hacen de ella un ser sobrenatural.
Su vida personal es modélica: casada con Sharon (Nina Hoss, por la he sentido muchas veces justificada predilección) viven en feliz apariencia con Petra, su hija. Todo parece tranquilo.
Lydia, cumple con su apretada agenda y acude a la emblemática escuela de Juilliard a dar su “clase magistral” a estudiantes. La primera secuencia y esta última, la filmada en Juilliard y rodada para colmo en una meritoria única toma, duran alrededor de diez minutos. Nada más que por ambas secuencias en las que Blanchett deslumbra a más no poder se debería ver la película.
Puede que al espectador medio le parezcan normales, pero no lo son. Para cualquiera que tenga nociones de interpretación (o sensibilidad) podrá apreciar que es impresionante el dominio de Blanchett, que es brutal, como en todo el largometraje, donde se va viendo que su personaje esconde fisuras, que nos va a hacer ver su lado más oscuro y que ese ser tan “perfecto”, con tanta sabiduría, es despreciable, narcisista y que no duda en aplastar cabezas, más que por ejemplo Bach, como en la escena de la Juilliard donde debate con un alumno acerca de la “ética” del compositor. Lydia, en su vorágine de proseguir caprichosamente sin pagar peaje, además empieza a sentir atracción por Olga, pero lleva escondida una historia sin resolver con Krista...
El único pero de esto, como ya indicaba en el comentario de “Carol”, son las operaciones y arreglos a los que Blanchett se está aficionando, cambiándole el rostro peligrosamente. Y es una pena, pero ella sabrá. Por lo demás, impecable. Ella perfeccionó sus nociones de piano (nadie la dobla) y habla un perfecto alemán, y, además de componer, encima condujo la Dresden Orchestra con gran profesionalidad. No sé si le darán otro “Oscar”, colocándola en lugar de privilegio con Streep. Quizás el personaje malsano (y lesbiana) que interpreta igual no es del gusto de los conservadores académicos/as y le juega una mala pasada, pero dudo que ninguna actriz este año le pueda hacer sombra.
Todo el reparto (en el que la chelista Sophie Kauer debuta como actriz en el papel de Olga), así como su fría fotografía o su personal banda sonora (que alterna temas clásicos con composiciones opacas de la estupenda Hildur Guonadóttir) son notables.
El espacio que me queda me reservo el comentar algún fleco suelto que queda, porque merece más halagos que reprimendas, que ya les llegarán, aunque ya veremos los argumentos de los que quieran esgrimirlas. Estamos ante una de las mejores del año y esa Copa Volpi que ganó Blanchett en el Festival de Venecia fue merecida. Todd Field, su guionista y director no se equivocó: sin Blanchett tenía claro que no habría película.