Hacía tiempo que Robert Downey Jr. no hacía de actor, debido principalmente a los excesos de los papeles a los que nos tiene acostumbrados (Stark, Sherlock, …) en los últimos años.
Sin duda vive uno de los momentos más dulces de su carrera, una segunda edad de oro de la que pocos podían imaginar hace una década.
En esta ocasión se introduce en un drama conservador netamente norteamericano, bien construido y perfectamente orquestado gracias a las aptitudes de sus dos protagonistas.
No hay nada nuevo bajo el sol en esta película dirigida por David Dobkin, suena a algo ya visto. No en vano existe una larga tradición de dramas familiares donde afloran todo tipo de sentimientos cuando un personaje debe regresar al pueblo donde nació, con motivo del funeral de un familiar directo.
Y es que no hay nada peor que la familia, con la que no se puede vivir ni con ella ni sin ella.
El personaje de Hank Palmer, importante abogado y arrogante, se enfrentará a su padre, juez rural, distante y duro. Y se verá obligado a defenderlo en un difícil caso que hunde sus raíces en un error del pasado y en una sentencia mal ejecutada.
Duvall da el contrapunto perfecto, dotando al juez de una profundidad equiparable a su enorme experiencia como actor. Sin duda una auténtica leyenda viva.
Ambos son lo mejor de la cinta, un dúo con gran poder interpretativo de lo mejor que podemos encontrar en el cine actual.
El metraje discurre de manera plácida, al igual que la aparente vida tranquila de los habitantes de este pueblo alejado de las grandes metrópolis. Todo mostrado con una imagen idílica, excelentemente fotografiada por Janusz Kaminski. Autor que muestra su sello inconfundible en los interiores y en esos contraluces que son ya marca del cine de Spielberg de los últimos veinte años.
Una producción correcta, de agradable visionado y sin excesivas pretensiones.