Parece mentira que hasta ahora nadie hubiera realizado una película sobre el narcotráfico en el estrecho de Gibraltar. España, al igual que le ocurre a los Estados Unidos, es un país de frontera, un coladero por el que se introducen toda clase de sustancias, cargamentos ilegales y seres humanos. Pero mientras en América han sabido sacarle jugo a estas historias, con películas tan monumentales como “Traffic”, aquí parecíamos aletargados ante lo que se mueve bajo nuestros pies. Algo que ocurre también entre la opinión pública general, que hace como si no ocurriese nada o como si no fuera con nosotros el tema.
Daniel Monzón nos abre un campo nuevo de exploración con un guión donde su principal baza es el imponente trabajo de documentación de sus responsables. En el mismo vemos actuar a las fuerzas de seguridad con un realismo propio de Steven Soderbergh. No en vano se trata de una propuesta que favorece la actuación de estas personas que día tras día se dejan la piel para que el estrecho sea un paso seguro y no un nido para los amigos de la delincuencia.
Sin duda es una película necesaria para nuestro cine, ya que aporta un soplo de aire fresco para el mismo, pero no es excesivamente novedosa en un cómputo más global, ya que como bien decíamos, este tipo de thrillers los encontramos a docenas en los Estados Unidos.
Monzón se maneja con gran pulso en las escenas de acción y crea una estructura narrativa ejemplar heredera de Michael Mann, pero llevada con gran brío.
Y aunque se deja a faltar un mayor número de escaramuzas policiales, las escenas protagonizadas por el “niño” y el “compi” están muy bien resueltas gracias al desparpajo de ambos personajes. Y eso a pesar de la barrera con la que se encontrará el espectador cuando oiga hablar en gaditano profundo a ambos. Aspecto que puede repeler a más de uno.
Las virtudes del conjunto son muchas, principalmente me quedo con su estupenda atmosfera, y el atrevimiento de rodar en exteriores deslumbrantes como los muelles de carga impecablemente fotografiados.
Pero algo le falta para ser redonda, la resolución es excesivamente atropellada y la ausencia de la figura de un villano potente puede constituir cierta lacra para un thriller de estas características. Tener a un actor de la talla de Ian McShane y que apenas aparezca y no diga ni una sola palabra es un error de grandes proporciones.
Por lo demás, una película con toneladas de buen cine, con grandes intenciones y aciertos, e imprescindible para crear una nueva hoja de ruta para futuras producciones.