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Voto de Sildarien:
7
7.2
2,021
Drama
Todos tenemos una quimera, algo que deseamos hacer, tener, pero que nunca encontramos. Para la banda de 'tombaroli', los ladrones de antiguas tumbas y de yacimientos arqueológicos, la quimera es soñar con dejar de trabajar y hacerse ricos sin esfuerzo. Para Arthur, la quimera se parece a Benjamina, la mujer a la que perdió. Con tal de encontrarla, Arthur se enfrentará a lo invisible, indagará por todas partes, penetrará en la tierra, ... [+]
21 de abril de 2024
30 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante el visionado de “La chimera” asistimos perplejas a un desfile de excéntricos personajes:
La película comienza presentando a Arthur, “el inglés”, que despierta de un sueño en un tren. Lleva puesto un traje de lino tan desgastado como su ánimo, pero lo conservará hasta la última secuencia. Podría haberse hecho con otra ropa, pero lo terrenal dejó de importarle hace tiempo, quizás nunca le importó. Lo lleva como una suerte de uniforme con el que llevar a cabo su misión. Ya en este tren la frontera de lo real y lo irreal comienza a desdibujarse. Interpretado por un increíble Josh O'Connor (que ya me encantó en “The Crown”) es el protagonista de la historia, aun así, no llegaremos a conocerle. Es parte fundamental de una banda rural de “tombaroli” (saqueadores de tumbas) por contar con un inexplicable don, pero no comparte las motivaciones de sus compañeros.
Conocemos también a “la mamma”, Flora, atrincherada en su decadente mansión, agarrada a un pasado que no puede, ni quiere, asumir o soltar. A la espera de algo que no va a llegar, la guarda cariño a Arthur por el vínculo que solo se crea al compartir una pérdida.
En imágenes oníricas, cortas pero sugerentes, atisbamos a Beniamina, y no son necesarios más planos para intuir que se trata de una mujer con un magnetismo especial, una musa.
Luego está Italia, migrante, supuesta alumna de Flora, que hace las veces de criada. Ama la música, pero necesita más un techo para su hija e hijo, y no está en disposición de pelear por una situación más justa. Nada más conocer a Arthur siente por él curiosidad y fascinación. La misma que se siente como espectadora.
Los “tombaroli” no parecen actores, si no personajes reales. Aportan a la película algunas secuencias tragicómicas y otras que parecen documentales costumbristas, rescatadas de una vieja hemeroteca. Arthur busca una conexión con lo sagrado y con “el más allá” y entiende el valor de los objetos recuperados. La banda, en cambio, se toma los saqueos como un trabajo, una forma más de ganar dinero que hace mantener viva su esperanza en tener por fin un auténtico golpe de suerte.
Por último, tenemos a los traficantes de antigüedades, que representan al sistema, a los que se lucran del expolio sin mancharse las manos y perpetúan las injusticias.
Estamos ante una película extraña, de estas en las que llevas una hora de metraje y aun no sabes bien lo que estás viendo. Resulta a ratos excesivamente lenta, pero si tienes paciencia y sabes donde buscar, te ofrecerá algunos tesoros. Entre el realismo y el realismo mágico, está rodada en distintos formatos, con cambios de ritmos, que acompañan muy bien la transición de lo picaresco a lo onírico. Grandes interpretaciones, diseño de producción y trabajo de vestuario. Imposible no mencionar el maravilloso cartel. Acertadísima la música, que alterna el pop de aquel momento, con música clásica y con dos canciones, interpretadas por una especie de juglar, que contienen en sus letras las claves de lo que la película quiere en realidad contarnos
La película comienza presentando a Arthur, “el inglés”, que despierta de un sueño en un tren. Lleva puesto un traje de lino tan desgastado como su ánimo, pero lo conservará hasta la última secuencia. Podría haberse hecho con otra ropa, pero lo terrenal dejó de importarle hace tiempo, quizás nunca le importó. Lo lleva como una suerte de uniforme con el que llevar a cabo su misión. Ya en este tren la frontera de lo real y lo irreal comienza a desdibujarse. Interpretado por un increíble Josh O'Connor (que ya me encantó en “The Crown”) es el protagonista de la historia, aun así, no llegaremos a conocerle. Es parte fundamental de una banda rural de “tombaroli” (saqueadores de tumbas) por contar con un inexplicable don, pero no comparte las motivaciones de sus compañeros.
Conocemos también a “la mamma”, Flora, atrincherada en su decadente mansión, agarrada a un pasado que no puede, ni quiere, asumir o soltar. A la espera de algo que no va a llegar, la guarda cariño a Arthur por el vínculo que solo se crea al compartir una pérdida.
En imágenes oníricas, cortas pero sugerentes, atisbamos a Beniamina, y no son necesarios más planos para intuir que se trata de una mujer con un magnetismo especial, una musa.
Luego está Italia, migrante, supuesta alumna de Flora, que hace las veces de criada. Ama la música, pero necesita más un techo para su hija e hijo, y no está en disposición de pelear por una situación más justa. Nada más conocer a Arthur siente por él curiosidad y fascinación. La misma que se siente como espectadora.
Los “tombaroli” no parecen actores, si no personajes reales. Aportan a la película algunas secuencias tragicómicas y otras que parecen documentales costumbristas, rescatadas de una vieja hemeroteca. Arthur busca una conexión con lo sagrado y con “el más allá” y entiende el valor de los objetos recuperados. La banda, en cambio, se toma los saqueos como un trabajo, una forma más de ganar dinero que hace mantener viva su esperanza en tener por fin un auténtico golpe de suerte.
Por último, tenemos a los traficantes de antigüedades, que representan al sistema, a los que se lucran del expolio sin mancharse las manos y perpetúan las injusticias.
Estamos ante una película extraña, de estas en las que llevas una hora de metraje y aun no sabes bien lo que estás viendo. Resulta a ratos excesivamente lenta, pero si tienes paciencia y sabes donde buscar, te ofrecerá algunos tesoros. Entre el realismo y el realismo mágico, está rodada en distintos formatos, con cambios de ritmos, que acompañan muy bien la transición de lo picaresco a lo onírico. Grandes interpretaciones, diseño de producción y trabajo de vestuario. Imposible no mencionar el maravilloso cartel. Acertadísima la música, que alterna el pop de aquel momento, con música clásica y con dos canciones, interpretadas por una especie de juglar, que contienen en sus letras las claves de lo que la película quiere en realidad contarnos
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
“La chimera” te sumerge en una Italia para mi desconocida, más real y menos bella, te invita a reflexionar sobre la pérdida, sobre las leyes y la propiedad de las cosas, sobre la esencia del arte y sobre los ritos y rituales inventados por los humanos. Y te plantea un sinfín de preguntas: ¿Se trata de un simple jarrón? o ¿al ser parte de un ajuar funerario adquirió un valor que ahora transciende lo material?, ¿a quién pertenece? ¿acaso no nos hemos expoliado todos a todos a lo largo de la historia?¿expoliar es profanar? ¿o no lo es cuando solo crees en lo terrenal? (o cuando no sabes qué comerás al día siguiente).
En paralelo a estas cuestiones, la guionista nos regala una dosis de optimismo de la mano de la buena de Italia que, con ayuda de otras mujeres, termina reconvirtiendo la abandonada estación (¿es pública, no es de nadie, es de todos?) en una especie de comuna-refugio en la que empezar a ser dueñas de su destino. Recuperar, pero no para lucrarse, si no para poder sobrevivir y avanzar.
Leo que la bellísima escultura ("la Cibelle") fue diseñada con mucho mimo y representa muchos de los ideales etruscos. Se que no es real, pero compartí con Arthur esa especie de “síndrome de stendhal” al contemplarla y su desolación al verla descabezada. Pena por todas las maravillas que habrán sido destruidas a lo largo de la historia, por poder o por dinero, rabia por otras que adornarán los salones de quienes no comprenden su valor artístico ni histórico y curiosidad, desazón y anhelo, por todas las piezas que permanecen aún ocultas, quizás para siempre.
Entiendo que “el inglés” optase por tirar la cabeza al lago.
En paralelo a estas cuestiones, la guionista nos regala una dosis de optimismo de la mano de la buena de Italia que, con ayuda de otras mujeres, termina reconvirtiendo la abandonada estación (¿es pública, no es de nadie, es de todos?) en una especie de comuna-refugio en la que empezar a ser dueñas de su destino. Recuperar, pero no para lucrarse, si no para poder sobrevivir y avanzar.
Leo que la bellísima escultura ("la Cibelle") fue diseñada con mucho mimo y representa muchos de los ideales etruscos. Se que no es real, pero compartí con Arthur esa especie de “síndrome de stendhal” al contemplarla y su desolación al verla descabezada. Pena por todas las maravillas que habrán sido destruidas a lo largo de la historia, por poder o por dinero, rabia por otras que adornarán los salones de quienes no comprenden su valor artístico ni histórico y curiosidad, desazón y anhelo, por todas las piezas que permanecen aún ocultas, quizás para siempre.
Entiendo que “el inglés” optase por tirar la cabeza al lago.