Digámoslo sin tapujos. Las películas de Clint Eastwood, delante y detrás de la cámara, siempre vendrán a ser un poco lo mismo, y por ende, uno de los mejores patrimonios artísticos que Warner Bros podrá presumir de haberle legado jamás al celuloide. Lo que antes suponía una simple exaltación de esa ética personal tan políticamente incorrecta, tradicional y, mal que les pese a algunos, tan americana, basada en clichés misóginos, actitudes xenófobas y un temperamento volátil y violento, se traduce ahora, al alcanzar la senectud, en una filosofía expiatoria de conciliación familiar, arrepentimiento y busqueda de la redención a través de un acto suicida. Y ahí volvemos al meollo de su antepenúltimo trabajo como actor, la crepuscular 'Gran Torino' (2008, Clint Eastwood), sólo que, a diferencia de Walt Kowalski, a Earl Stone le mueve prioritariamente la precariedad económica y la falta de liquidez, no combatir las injusticias sociales.
Earl Stone (Clint Eastwood) es un viejo nonagenario que está solo y en situación de quiebra económica. Rechazado por su ex mujer (Dianne Wiest) y su hija (Alison Eastwood), tratará de salir del bache financiero transportando droga para un cartel mexicano. Tras sus pasos estarán dos agentes de la DEA (Bradley Cooper y Michael Peña).
Clint Eastwood es algo más que una marca reconocible. Es un icono, una leyenda y, como ya he dicho, una pieza fundamental, junto a su preciada Malpaso Productions, en la historia de Warner Bros y el cine norteamericano. No hace falta más presentación para este gigante.