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Voto de davilochi:
6
21 de junio de 2011
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Encuentro muy adecuada la crítica realizada por nahuiozomatl con respecto a esta película, más en mi caso, dado que me dedico a la historia de forma profesional, creo que su advertencia debería ser tenida en cuenta por todo aquel que decidiera adentrarse en el visionado - maravilloso, por otra parte - de este cortometraje del genial artista polaco Tomek Baginski. No obstante, en los últimos tiempos he debatido con un compañero en torno a estas cuestiones relacionadas con la identidad y la ontologización del ser, es decir, el suponer que de uno u otro modo las naciones han existido tal y como las conocemos ahora desde siempre o, al menos, desde mucho tiempo atrás. Bien, para el caso de España haría referencia al trabajo de Álvarez Junco, "Mater dolorosa", para tomar conciencia de hasta qué punto algo asumido de forma natural por la sociedad como la existencia de España desde tiempos de los romanos -al menos- no es así. De hecho discursos históricos como éste comenzaron a ser elaborados en el siglo XIX por las élites liberales como medio para la legitimación de los nuevos sistemas políticos que sucedieron a las monarquías absolutas, cuyo poder procedía de Dios, ahora el poder procedía de la soberanía nacional y había que ver cómo se forjó dicha soberanía y en base a qué estaba legitimada. Lo que propone Tomek Baginski es precisamente un gran relato épico en apenas 8 minutos de la historia de Polonia, nada más ambicioso y, si se quiere, arriesgado o inconsciente, todo ello -imagino- encaminado a pedir para dicho estado un lugar más preeminente en el mapamundi, máxime dado que este trabajo iba dirigido al pabellón polaco en la Expo de Shangai. Sea como fuere funciona, buena muestra de ello son los comentarios de aprobación en torno al trabajo que podemos encontrar en Youtube.
No creo que el trabajo del historiador sea establecer verdades absolutas, de hecho, si en algo se basa hoy en día nuestra labor es en el relativismo por sistema. No hay una verdad absoluta, así pues partamos de esta base. Creo que sí podemos cumplir una labor social y cultural fundamental a la hora de proponer alternativas a los discursos políticamente correctos o a lo aparentemente inamovible para evitar abusos de poder o malos entendidos, pero nuestro trabajo no es hacer enseñar a la gente que todo lo que han creído hasta el momento no es verdad, sino mostrar que las cosas nunca son ni blancas ni negras. El nacionalismo no es una burda mentira como muchos querrían creer, es tan real como el aire que respiramos en tanto que está ahí y es algo con que mucha gente cuenta en el día a día a la hora de posicionarse ante el mundo, no obstante hay que tratar de evitar su potencial dañino, que no es poco.
No creo que el trabajo del historiador sea establecer verdades absolutas, de hecho, si en algo se basa hoy en día nuestra labor es en el relativismo por sistema. No hay una verdad absoluta, así pues partamos de esta base. Creo que sí podemos cumplir una labor social y cultural fundamental a la hora de proponer alternativas a los discursos políticamente correctos o a lo aparentemente inamovible para evitar abusos de poder o malos entendidos, pero nuestro trabajo no es hacer enseñar a la gente que todo lo que han creído hasta el momento no es verdad, sino mostrar que las cosas nunca son ni blancas ni negras. El nacionalismo no es una burda mentira como muchos querrían creer, es tan real como el aire que respiramos en tanto que está ahí y es algo con que mucha gente cuenta en el día a día a la hora de posicionarse ante el mundo, no obstante hay que tratar de evitar su potencial dañino, que no es poco.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Veo en la película de Tomek Baginski un problema que aqueja por lo común al nacionalismo de Europa oriental, y es la incapacidad de las pequeñas naciones, históricamente débiles -al menos en determinados periodos de la historia-, para repensarse a sí mismas de un modo constructivo, de manera que acaban viéndose como víctimas de agentes externos constantemente al acecho o, por qué no, de destinos históricos malditos. Ocurre a menudo con los nacionalismos de Europa oriental, azotada primero por la absorción de la ideología nacionalista homogeneizadora procedente de Occidente a finales del XIX en contextos sociales esencialmente pluriétnicos; segundo por la radicalización de los movimientos nacionalistas ante la inoperancia de sistemas democráticos débiles e incapaces; y, tercero, por la incidencia del comunismo durante casi cincuenta años que, a menudo, reprimió la expresión de todo sentimiento identitario nacional-religioso.
Estoy seguro de que de ser leídas por muchos polacos -dado que es el caso que nos ocupa- mis palabras resultarían cuando menos ofensivas. No obstante el cortometraje de Tomek Baginski, por mucho que el director pueda proclamar que trata de preservar la esencia de la identidad polaca para adaptarla a las necesidades de un mundo contemporáneo marcado por la globalización, para mí sigue ahondando en los mismos viejos tópicos de siempre: una visión provinciana y victimista que intenta encontrar un nexo de continuidad histórica para un pueblo a lo largo de mil años. Un sector importante de las élites intelectuales de Europa oriental son incapaces de mirarse al espejo sin entender o aceptar la distorsión de lo que aparece ante ellos. Es algo parecido a lo que afirma Imre Kertész respecto a Hungría: "El alma de pequeña nación de Europa del Este, que padece de complejo paterno, que vive sumida en la perversión sadomasoquista, parece no poder vivir sin el gran represor".
Creo que desde el principio el enfoque es maniqueista: desde esa primera imagen en que un individuo -polaco, por supuesto- toma posesión simbólica del territorio clavando una pica en la tierra (ya estamos, por lo tanto, con la imagen de que la tierra es patrimonio exclusivo de un determinado pueblo, con todos los problemas de exclusionismo que conlleva esta idea) hasta la muestra de los símbolos más reconocibles para el polaco corriente (véase el aguila de la bandera en los escudos de los soldados durante la campaña de conquistas de principios del siglo XI, aunque aparece muchas más veces) pasando por la presencia omnipresente del catolicismo (parece querer decir que ser polaco implica ser católico, de nuevo observamos el componente excluionista del nacionalismo). Finalmente hay que reconocer el esfuerzo de Baginski por integrar a los tres millones de judíos polacos asesinados en los campos de exterminio dispuestos por los alemanes en territorio polaco, lo cual hace suponer que el director los reconoce como polacos, algo que pocos han hecho hasta hoy.
Estoy seguro de que de ser leídas por muchos polacos -dado que es el caso que nos ocupa- mis palabras resultarían cuando menos ofensivas. No obstante el cortometraje de Tomek Baginski, por mucho que el director pueda proclamar que trata de preservar la esencia de la identidad polaca para adaptarla a las necesidades de un mundo contemporáneo marcado por la globalización, para mí sigue ahondando en los mismos viejos tópicos de siempre: una visión provinciana y victimista que intenta encontrar un nexo de continuidad histórica para un pueblo a lo largo de mil años. Un sector importante de las élites intelectuales de Europa oriental son incapaces de mirarse al espejo sin entender o aceptar la distorsión de lo que aparece ante ellos. Es algo parecido a lo que afirma Imre Kertész respecto a Hungría: "El alma de pequeña nación de Europa del Este, que padece de complejo paterno, que vive sumida en la perversión sadomasoquista, parece no poder vivir sin el gran represor".
Creo que desde el principio el enfoque es maniqueista: desde esa primera imagen en que un individuo -polaco, por supuesto- toma posesión simbólica del territorio clavando una pica en la tierra (ya estamos, por lo tanto, con la imagen de que la tierra es patrimonio exclusivo de un determinado pueblo, con todos los problemas de exclusionismo que conlleva esta idea) hasta la muestra de los símbolos más reconocibles para el polaco corriente (véase el aguila de la bandera en los escudos de los soldados durante la campaña de conquistas de principios del siglo XI, aunque aparece muchas más veces) pasando por la presencia omnipresente del catolicismo (parece querer decir que ser polaco implica ser católico, de nuevo observamos el componente excluionista del nacionalismo). Finalmente hay que reconocer el esfuerzo de Baginski por integrar a los tres millones de judíos polacos asesinados en los campos de exterminio dispuestos por los alemanes en territorio polaco, lo cual hace suponer que el director los reconoce como polacos, algo que pocos han hecho hasta hoy.