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Voto de davilochi:
9
7.6
3,879
Romance. Drama
Gertrud es una mujer madura e idealista que busca el amor absoluto, con mayúsculas, pero sus experiencias sentimentales se ven siempre abocadas al fracaso. Decide separarse de su marido, un eminente político, porque él antepone el trabajo al amor. Se enamora de un joven músico que empieza a cosechar sus primeros éxitos, pero para él, que sólo piensa en sí mismo, Gertrud no es más que una aventura pasajera. Por otra parte, un antiguo ... [+]
24 de febrero de 2012
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La batalla más difícil la tengo todos días conmigo mismo" decía Napoleón; la película de Dreyer es una buena muestra de ello, un film duro y despiadado que muestra la realidad de algunos de los sentimientos humanos más profundos desde una perspectiva poco habitual en el cine, en este caso el amor y el ansia de libertad. De algún modo, el director danés nos pone frente a nuestras propias miserias, literalmente nos arrastra a esa batalla de la que hablaba el general corso, la cual, a menudo, tratamos de pasar por alto mediante todo tipo de artimañas sin que por ello deje de alcanzarnos una y otra vez. Al fin y al cabo, es en el curso de esa guerra con uno mismo en la cual se dirime el absurdo que es la vida, y el resultado depende del éxito o fracaso a la hora de reconciliarnos con nosotros mismos en cada una de las batallas diarias de este agudo conflicto interno. En cualquier caso, el destino de todos y cada uno de nosotros -pequeños pero inmensos microcosmos encerrados en la infinitud del tiempo y el espacio- es la muerte, aquello de lo cual huimos toda una vida. Sin embargo, la evidencia de nuestro destino individual no hace menos dramático nuestro paso por la vida, más bien todo lo contrario, pues son la no aceptación de nuestra finitud y coyunturalidad, así como el afán por trascender más allá del implacable juicio del tiempo lo que genera en nosotros el desasosiego y, en última instancia, la constante necesidad de huir hacia delante que caracterizan la existencia. Como bien demuestra el film del danés, cada cual trata de abordar el miedo a la muerte (que en sí mismo no deja de ser miedo a la vida) de la forma que le parece más conveniente: algunos, como Gertrud, sitúan la búsqueda del Amor en el centro de su existencia; otros, como su marido o Gabriel, se entregan de forma apasionada al trabajo; mientras que los hay que, como el joven Lidman, prefieren entregarse a una vida de desenfreno. Son formas de vivir radicalmente diferentes, pero el quid de la cuestión que reside detrás de todas ellas es ese miedo a la muerte-vida que abruma al ser humano y que se manifiesta bajo múltiples formas: la soledad, concebida como muerte en vida; el compromiso, como negación de la libertad y consunción de la vida misma; el miedo al rechazo o el amor no correspondido como la evidencia del aislamiento del individuo y lo insondable de los más profundos sentimientos.
Sea como fuere, más allá del evidente pesimismo de "Gertrud", Dreyer hace una firme apuesta por la libertad del hombre en la forja de su propio camino, lo cual es un reflejo de la educación en el protestantismo que recibió de sus padres adoptivos. En definitiva, más allá de los condicionantes con los que el ser humano se puede encontrar a lo largo de su vida éste es libre a la hora de tomar decisiones, siendo toda justificación en sentido contrario un mero subterfugio para eludir el principio de responsabilidad.
Sea como fuere, más allá del evidente pesimismo de "Gertrud", Dreyer hace una firme apuesta por la libertad del hombre en la forja de su propio camino, lo cual es un reflejo de la educación en el protestantismo que recibió de sus padres adoptivos. En definitiva, más allá de los condicionantes con los que el ser humano se puede encontrar a lo largo de su vida éste es libre a la hora de tomar decisiones, siendo toda justificación en sentido contrario un mero subterfugio para eludir el principio de responsabilidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
"Recuerdo que tú decías: querer es elegir", le dice Gertrud a su amigo Axel. Y es que, en última instancia, nuestra vida viene a ser el resultado de un conjunto de elecciones tras las cuales viene la construcción del discurso que legitima la adopción de éstas y no aquellas otras. Gertrud, protagonista de la película, ha decidido no esconderse a sí misma ni a los demás la gran mentira que es la vida, dejando a su paso dolor y sufrimiento, tanto como el que ella llevaba dentro de sí misma al cobrar conciencia de la miseria oculta tras los encantos superficiales del día a día. Así pues, elige el camino de la libertad, lo cual implica una decisión radical que no es otra que romper con la vida tal y como es concebida por la gran mayoría de los mortales.
El Dreyer de "Gertrud" es el último Dreyer, de hecho no es un lugar común decir que esta obra viene a ser su testamento artístico-filosófico. Entre el pensamiento plasmado en "Las páginas del libro de Satán" y "Gertrud" media un abismo -nada más y nada menos que cuarenta años- que por momentos parece absorver al danés, porque hay mucho de resignación en esas últimas imágenes, en esa mirada solemne, perdida y descreída de Nina Pens Rode. De algún modo, Nina Pens Rode es el alter ego del director, consciente de que el Amor condena al hombre a la negación de una parte fundamental de sí mismo, pero que a la vez la vida implica por sí misma la necesidad de elegir; poniendo en evidencia que los grandes ideales perecen en los cruces de caminos que unen y separan a los hombres pero, al mismo tiempo, se consumen en la soledad del hombre. Por momentos da la impresión de que Dreyer se queda a mitad de camino, sin resolver el dilema, sin capacidad para articular las tan necesarias respuestas de un mundo donde la fe -ya sea en Dios o en la razón- se disuelve en un goteo incesante. No por nada, el hecho de que Dreyer parezca quedarse a mitad de camino entre el compromiso y el abandono del mundo, entre la lucha y la retirada, es su testamento, pues al mismo tiempo es la demostración de su humanidad, la confesión de un hombre que desnuda su alma ante los demás. Sin embargo, que nadie se lleve a engaño -nadie puede esperar de un film la respuesta a los misterios de la vida-, el director danés nos deja un motivo para avergonzarnos, como sería el miedo a nosotros mismos y a aquello que nosotros mismos construimos (nuestra vida y la de aquellos que nos rodean), y una valiosa lección: más allá de subterfugios la fatalidad es una entelequia que trata de aliviar nuestro dolor poniéndonos a salvo de nosotros mismos y de nuestra responsabilidad en el mundo.
En este sentido, creo que estamos ante una película radical que despoja al hombre de sus vestiduras y lo pone cara a cara con el sin sentido de la vida, bien escenificado por esas cartas de Axel que tanto significaron un día para Gertrud y que, en cambio, al final de la película se consumen entre las llamas.
El Dreyer de "Gertrud" es el último Dreyer, de hecho no es un lugar común decir que esta obra viene a ser su testamento artístico-filosófico. Entre el pensamiento plasmado en "Las páginas del libro de Satán" y "Gertrud" media un abismo -nada más y nada menos que cuarenta años- que por momentos parece absorver al danés, porque hay mucho de resignación en esas últimas imágenes, en esa mirada solemne, perdida y descreída de Nina Pens Rode. De algún modo, Nina Pens Rode es el alter ego del director, consciente de que el Amor condena al hombre a la negación de una parte fundamental de sí mismo, pero que a la vez la vida implica por sí misma la necesidad de elegir; poniendo en evidencia que los grandes ideales perecen en los cruces de caminos que unen y separan a los hombres pero, al mismo tiempo, se consumen en la soledad del hombre. Por momentos da la impresión de que Dreyer se queda a mitad de camino, sin resolver el dilema, sin capacidad para articular las tan necesarias respuestas de un mundo donde la fe -ya sea en Dios o en la razón- se disuelve en un goteo incesante. No por nada, el hecho de que Dreyer parezca quedarse a mitad de camino entre el compromiso y el abandono del mundo, entre la lucha y la retirada, es su testamento, pues al mismo tiempo es la demostración de su humanidad, la confesión de un hombre que desnuda su alma ante los demás. Sin embargo, que nadie se lleve a engaño -nadie puede esperar de un film la respuesta a los misterios de la vida-, el director danés nos deja un motivo para avergonzarnos, como sería el miedo a nosotros mismos y a aquello que nosotros mismos construimos (nuestra vida y la de aquellos que nos rodean), y una valiosa lección: más allá de subterfugios la fatalidad es una entelequia que trata de aliviar nuestro dolor poniéndonos a salvo de nosotros mismos y de nuestra responsabilidad en el mundo.
En este sentido, creo que estamos ante una película radical que despoja al hombre de sus vestiduras y lo pone cara a cara con el sin sentido de la vida, bien escenificado por esas cartas de Axel que tanto significaron un día para Gertrud y que, en cambio, al final de la película se consumen entre las llamas.