Hace unos días una amiga me invitó a leer un artículo escrito en el “País Tentaciones” acerca del amor, concretamente de la película de Gaspar Noé “Love”. Recuerdo que vi esa película hace poco más de un año y recuerdo que las opiniones que intercambié con mi amiga coincidían en casi todo. El mismo artículo de Gabriela Wiener nos daba la razón. En la película “Love” las escenas de amor son tan arriesgadas que rayan casi el porno. Eso no tiene nada de malo, lo malo es que las escenas resultan frías, artificiales y sosas. Pueden parecer cualquier cosa menos amor. O tal vez era esa la intención del director francés; su particular manera de denunciar en lo que el amor moderno se ha convertido. Qué sé yo. Mi amiga me decía también si últimamente el cine nos quiere dar a entender que hacer el amor hoy en día es un, “aquí te pillo aquí te mato”. Le dije, creo recordar, que en lo que a mí respecta pocas veces me he identificado con la manera en que los amantes de las películas muestran su amor en la cama, y como se acerquen al porno, ya ni te cuento. No niego que haya buenas películas de amor, que las hay, pero aún más las hay malas.

Curiosamente días después me vi esta película “Beira Mar” y aunque al principio me estaba resultando un poco vacía, lenta, que se dice, fue hacia la mitad que me percaté lo mucho que el semblante de los dos personajes decían en silencio. Sobretodo el de Tomás. Su mirada indagaba la incertidumbre a cada rato, cómo si temiera naufragar con todo el bagaje emocional que escondía en su corazón. No sé bien si es mérito de los directores o de los mismos actores, (muy jóvenes por cierto) pero parecían decirlo todo sin mentar palabra. La cámara se acerca y escudriña cada gesto, medias sonrisas, miradas furtivas, a veces tiembla, enfoca, desenfoca, no encuadra bien, pero uno parece entenderlo todo. Y ellos, los chavales, posando como si nada. ¿Estarán enamorados en la vida real?

Es en los últimos veinte minutos del film que se va revelando la continencia reservada de los personajes. La conversación entre Martín y Tomás en el sofá es fascinante por su delicada naturalidad. Cómo se rumia en silencio el deseo. El corte ese de, quiero pero no sé cómo. Me gustaría, pero temo meter la pata. Todos esos preliminares estaban ahí como nunca antes lo había visto en ninguna otra película. Las escenas de amor en “Beria Mar” son dulces, genuinas, naturales, incluso eróticas sin mostrar apenas desnudez. Una lección genial de cine por parte de unos noveles directores que saben lo que significa “Love”. Un ejemplo a tener en cuenta para cuando queramos opinar de auténticas escenas de amor en el cine y reírnos de atrevimientos fatuos como el Gaspar Noé en su particular “Love”. Menos mal que de vez en cuando algo viene a darnos la razón.

Puede que la causa de que este filme haya sido un tanto infravalorado se deba al estilo casero de rodar las escenas y el que la trama tarde un rato en afianzarse, pero si por algo merece una mejor valoración, insisto una vez más, es la expresividad tan natural con la que los actores adolescentes se desenvuelven. Tal vez por estar ya en la edad el tema no les sea ajeno pero comunicarlo de frente, ante una cámara, siendo unos principiantes, tiene un valor especial.

Para quienes no la hayan visto quiero darles un pequeño consejo (sin caer en spoilers). Atentos al mensaje que Martín le deja al padre por el móvil antes de la escena en el sofá. Eso ayudará a entender mejor el último final, que a mí me dejó desorientado la primera vez que la vi.