Pocas películas logran imprimir una profunda huella en el espectador. Se diría, sin tapujos, que El Nuevo Mundo es una de ellas. Malick vuelve al pasado para ofrecer un espejo al ser contemporáneo a la vez que entona, sinfónicamente, la expresión de un misterio que nos remueve por dentro desde que el hombre tiene conciencia de su existencia. Todos los medios (música, palabra, imagen) para todas las cosas (humano, naturaleza, realidades intangibles). Aquel que acepte desde el principio la proposición, sin escepticismos, entregándose al cautiverio de su belleza, se verá traspuesto y verá además sus ideas sacudidas por una fuerza primigenia. Porque cuando el cine se hace desde lo más hondo del corazón, desde la noción más pura, no hay reticencia que resista su empuje.