No me quiero sentir el (único) bicho raro del mundo al que no le convenza a los niveles exigidos una película unánimemente considerada. Así que voy a buscar y escribir las bondades de Perfect days. Cassavetes, que te pierdes de nuevo.

Qué me pierdo. Lo que me pierde el tratamiento prolongado de una historia que más breve, porque a pesar de su longitud ya es concisa, hubiera sido una obra maestra. Ya lo digo, pero eso no es bondad sino casi reprimenda.

A Wenders le van mucho las luces y las sombras. No me gusta El amigo americano. Alicia en las ciudades o Paris Texas es todo lo contrario. Con Tokio me quedo a medias.

Es que no me quiero escudar al esgrimir el factor Kôji Yakusho, el brillante protagonista de la historia. Ésa es fácil. La bondad de su personaje que aspira a tener una vida simple en un mundo aparte. A lo mejor sí las reflexiones que se le han ocurrido a Wenders, ya sea en forma de diálogo o de juegos de sombras. Y eso en una película que dicen y aciertan que es eminentemente visual.

Es otra crónica de un ser vivo, es otro Ikiru, otra ilusión por conseguir que la soledad no sólo es opción válida sino valiosa. Sólo falta (gracias que no) la compañía del can.

Tokio, es curioso, queda lejos. Está ahí, presente, pero los árboles impiden ver el bosque. Pero me callo lo que no es bondad. No leñas del árbol caído. Sí los actores casi residuales pero recurrentes en la película. Breves apuntes que enriquecen la trastienda de la trama.

Y las canciones y tal.

No sé si mejor pero ya me siento menos bicho raro.