Hace tiempo que no sentía una emoción tan contenida entre el público poco antes de empezar una película, ya que a pesar de las diferentes edades y sensibilidades de los que estábamos hoy en la sala, se respiraba respeto y expectación por la adaptación que había hecho Dennis Villeneuve de la obra literaria de Frank Herbert, lo cual presagiaba que íbamos a disfrutarla en un silencio casi reverencial como así ha sido.


El resultado es magnífico, “Dune” tiene todo aquello que nos deslumbró de “Blade Runner 2049”, una producción en todos los apartados artísticos sobresaliente e impactante, pero además y a diferencia de esta, cuenta una historia que se va haciendo más grande en interés conforme van pasando los minutos en una suerte de “crescendo” dramático del que no puedes despegarte ni un minuto como así quedaba patente en el silencio sepulcral que imperaba en el recinto y al que la solemne partitura del habitual Hans Zimmer resalta aún más.


Es cierto que, a pesar de sus 150 minutos de metraje, siguen quedando cabos sueltos y situaciones confusas a las que parecen siempre abonadas cualquier adaptación que se haga de esta obra, aunque la diferencia sustancial del film de Villeneuve es que solo hemos visto la primera parte de la que parece, casi con toda seguridad, toda la trilogía y por otra parte, el empaque visual es de tal calibre que pasamos por esas circunstancias un poco de puntillas pensando que en la siguiente entrega vamos a tener parte de la solución a los enigmas que se plantean.


“Dune” es un disfrute con hechura de cine de autor y ese halo de película culta y exigente, lejos de otras batallas estelares pensadas para públicos más impresionables y menos pacientes. “Dune” es el prólogo perfecto de los capítulos que están por venir.