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Voto de Jordirozsa:
7
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Ciencia ficción. Thriller
El futuro, en una distopía. Dos personas por nivel. Un número desconocido de niveles. Una plataforma con comida para todos ellos. ¿Eres de los que piensan demasiado cuando están arriba? ¿O de los que no tienen agallas cuando están abajo? Si lo descubres demasiado tarde, no saldrás vivo del hoyo.
10 de abril de 2021
34 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su primicia como director, el euskaldun Galder Gaztelu-Urrutia salta al ruedo sin reparos, y con todo el equipo de producción esculpe, en su esencia, una imagen de la propia existencia humana.
“El Hoyo” presenta su núcleo argumental en un lenguaje narrativo que podemos entender, tanto bajo la óptica de la filosofía, como de la psicología, la literatura, la sociología, la política... incluso desde lo espiritual o religioso. Son múltiples, pues, los sistemas de significados con los que interpretar el código de símbolos y la relación entre ellos que articula el guión.
Luego, para poder tener una aproximación lo más clara posible a la realidad que describe esta pieza cinematográfica, es necesario verla en todo su conjunto poliédrico; permanecer enrocado en una única perspectiva, es más, en un posicionamiento (sobre todo si éste es de caràcter ideológico), atribuyéndole un sentido unívoco al contenido, una visión lineal y cerrada, implicará quedarse con una idea incompleta, mutilada, y supondría negar al espectador, la función que tiene toda forma de expresión artística, de establecer un vínculo de identificación. Equivaldría a hacer de ella una triste caricatura, a la que la industria del cine nos tiene acostumbrados con muchos de sus productos.
A mi modo de ver, el mérito de esta cinta queda avalado, no tanto por sus premios y nominaciones (que ya sabemos como funciona casi siempre eso de la farándula), sinó por la capacidad de trenzar una estructura, tras la cual se percibe un trabajado y dominado bagaje cultural y de conocimientos previos, por parte de sus creadores.
Gaztelu-Urrutia logra conjurar los diferentes recursos para ir desarrollando el discurso en sus distintas partes, sobre un esquema narrativo básico que se antoja sencillo y sin dificultades para seguir el hilo.
Lo encaja en unas coordenadas espacio-temporales definidas, pero sólo en apariencia; para que podamos figurar un contenido abstracto, de aplicación universal, pues lo que en esta película se trata ha sido, es actualmente, y será desde, y mientras, que el ser humano tenga consciencia del “sí mismo”, de su individualidad y de la relación de ésta con el colectivo social del que sienta que forma parte.
De modo que ese llamado “futuro distópico” en el que se sugiere ubicada la acción, no deja de ser un contexto atemporal con vigencia en cualquier época histórica (de hecho, el futuro no deja de ser una ilusión, un constructo de nuestra mente repleto de condicionantes y expectativas).
En el plano del espacio, lo que técnicamente es (a parte de la oficina de la empresa y la cocina en la presentación) una única localización; un único encuadre, claustrofóbico y asfixiante, solamente con variaciones en la iluminación y elementos accesorios del set (apenas sólo el estado en el que está la bandeja de comida según el nivel), consigue crear en nuestra imaginación, por efecto de extrapolación vertical, con el número de niveles que nombra, con la secuencia del montaje, un espacio virtual mucho más gigantesco, estremecedor por lo inmenso (y o infinito) de su fondo, y lo inalcanzable que se antoja el nivel superior.
Jon D. Domínguez (fotografía), maneja los encuadres, los planos, y las secuencias de los mismos de modo que convierte estas reducidas dimensiones en algo hiperdinámico, alimentando el ritmo narrativo, e infundiendo a la vez, el vértigo de lo insondable.
La banda sonora, discreta pero en harmonía con el resto de elementos del código que usa el guión para transmitirnos su mensaje, es el pedal con el que se mantiene la base de esta contínua atmósfera.
Destacable el trabajo de los personajes; papeles, sobretodo los de los protagonistas, de un alto nivel de exigencia; de interpretación, i en buena medida de caracterización de los mismos. Pues ellos condensan esa carga simbólica que se puede desplegar en infinidad de diferentes significados. La relevancia clave de su actuación, así como la de los secundarios, no radica solamente en unos diálogos bien construídos, aparentemente calculados y meditados, en los que no parece perder el tiempo en merodeos intranscendentes, sinó también en el juego de conductas y expresiones emocionales que constituyen una paralingüística más elocuente, y que también ayuda a desencriptar el código de lo hablado.
Habrá quién pueda pensar que las actuaciones, sobretodo en las escenas más crueles, despiadadas, descarnadas y truculentas, pueden rayar lo exagerado, lo grotesco. Pero esta guisa de histrionismo intencionado, no tiene otra función que la de dar relieve, con toques satíricos, al mensaje del argumento.
“El Hoyo” presenta su núcleo argumental en un lenguaje narrativo que podemos entender, tanto bajo la óptica de la filosofía, como de la psicología, la literatura, la sociología, la política... incluso desde lo espiritual o religioso. Son múltiples, pues, los sistemas de significados con los que interpretar el código de símbolos y la relación entre ellos que articula el guión.
Luego, para poder tener una aproximación lo más clara posible a la realidad que describe esta pieza cinematográfica, es necesario verla en todo su conjunto poliédrico; permanecer enrocado en una única perspectiva, es más, en un posicionamiento (sobre todo si éste es de caràcter ideológico), atribuyéndole un sentido unívoco al contenido, una visión lineal y cerrada, implicará quedarse con una idea incompleta, mutilada, y supondría negar al espectador, la función que tiene toda forma de expresión artística, de establecer un vínculo de identificación. Equivaldría a hacer de ella una triste caricatura, a la que la industria del cine nos tiene acostumbrados con muchos de sus productos.
A mi modo de ver, el mérito de esta cinta queda avalado, no tanto por sus premios y nominaciones (que ya sabemos como funciona casi siempre eso de la farándula), sinó por la capacidad de trenzar una estructura, tras la cual se percibe un trabajado y dominado bagaje cultural y de conocimientos previos, por parte de sus creadores.
Gaztelu-Urrutia logra conjurar los diferentes recursos para ir desarrollando el discurso en sus distintas partes, sobre un esquema narrativo básico que se antoja sencillo y sin dificultades para seguir el hilo.
Lo encaja en unas coordenadas espacio-temporales definidas, pero sólo en apariencia; para que podamos figurar un contenido abstracto, de aplicación universal, pues lo que en esta película se trata ha sido, es actualmente, y será desde, y mientras, que el ser humano tenga consciencia del “sí mismo”, de su individualidad y de la relación de ésta con el colectivo social del que sienta que forma parte.
De modo que ese llamado “futuro distópico” en el que se sugiere ubicada la acción, no deja de ser un contexto atemporal con vigencia en cualquier época histórica (de hecho, el futuro no deja de ser una ilusión, un constructo de nuestra mente repleto de condicionantes y expectativas).
En el plano del espacio, lo que técnicamente es (a parte de la oficina de la empresa y la cocina en la presentación) una única localización; un único encuadre, claustrofóbico y asfixiante, solamente con variaciones en la iluminación y elementos accesorios del set (apenas sólo el estado en el que está la bandeja de comida según el nivel), consigue crear en nuestra imaginación, por efecto de extrapolación vertical, con el número de niveles que nombra, con la secuencia del montaje, un espacio virtual mucho más gigantesco, estremecedor por lo inmenso (y o infinito) de su fondo, y lo inalcanzable que se antoja el nivel superior.
Jon D. Domínguez (fotografía), maneja los encuadres, los planos, y las secuencias de los mismos de modo que convierte estas reducidas dimensiones en algo hiperdinámico, alimentando el ritmo narrativo, e infundiendo a la vez, el vértigo de lo insondable.
La banda sonora, discreta pero en harmonía con el resto de elementos del código que usa el guión para transmitirnos su mensaje, es el pedal con el que se mantiene la base de esta contínua atmósfera.
Destacable el trabajo de los personajes; papeles, sobretodo los de los protagonistas, de un alto nivel de exigencia; de interpretación, i en buena medida de caracterización de los mismos. Pues ellos condensan esa carga simbólica que se puede desplegar en infinidad de diferentes significados. La relevancia clave de su actuación, así como la de los secundarios, no radica solamente en unos diálogos bien construídos, aparentemente calculados y meditados, en los que no parece perder el tiempo en merodeos intranscendentes, sinó también en el juego de conductas y expresiones emocionales que constituyen una paralingüística más elocuente, y que también ayuda a desencriptar el código de lo hablado.
Habrá quién pueda pensar que las actuaciones, sobretodo en las escenas más crueles, despiadadas, descarnadas y truculentas, pueden rayar lo exagerado, lo grotesco. Pero esta guisa de histrionismo intencionado, no tiene otra función que la de dar relieve, con toques satíricos, al mensaje del argumento.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Para nada resulta gratuito, pues, por muy estrafalario que nos parezca, el que el personaje de Iván massagué decida meterse voluntariamente en aquél berenjenal, que será un terrible suplicio para él, como “terapia” para dejar de fumar (¿acaso para muchos no supone un auténtico “infierno” dejarse los pitillos?)
Toda una metáfora del que haciendo uso de su libre albedrío decide dejar una zona de confort, en la que se vive de productos sustitutivos, pero que a la larga suponen un coste para el propio crecimiento personal (en el caso del tabaco, la salud y la economía), para adentrarse en la aventura del descubrimiento del “sí mismo”. Bucear en este mundo, y a según que profundidades, supone la mayoría de veces un alto precio en sufrimiento. El sacrificio, el “sacrum factum” (el sumo acto sagrado de todo ser humano que se enfrenta a sí, y lo hace por medio (y para) del “otro”. Descubrise a uno, es descubrir a los otros. Y en última instancia al Todo del que, con ellos, se forma parte.
En ello se fundamenta el llamado “mito del héroe”, que tenemos incrustado de milenios ha en nuestra genética psíquica, y que de forma tan recurrente, constante, casi siempre presente, queda plasmado en las manifestaciones artísticas del ser humano. Ese ser que se debate entre la utopía (el idealismo, las expectativas, el anhelo... “The Platform”) y la distopía (el principio de realidad... “El Hoyo”). Eterno conflicto que se nos desgrana disociado en los quijotescos personajes de Goreng y Trimagasi. El libro: la razón, el pensamiento, el sentimiento que une éstos a las emociones... el cuchillo, el instinto de supervivencia, el principal condicionante de nuestras conductas; lo que compartimos con el reptil... (a Zorion Eguileor sólo le faltan las escamas, unas alas y unas buenas garras para parecer uno de esos dragones a los que se enfrentará nuestro idealista caballero andante).
Después de una primera fase en el que el ideal, el caballero, vence a ese instinto básico, viene el momento de saltar a la plataforma; seguir el viaje tomando el control sobre ese azaroso condicionamiento del viaje de la vida que parece llevarnos después, de cada sueño, de momentos más tortuosos, a otros más fácilies y dulces (los niveles).
El héroe decide descender a lo más oscuro, a lo más profundo que piensa creer conocer, el nivel 273 (-273º C es la temperatura más baja científicamente registrada; el 0 absoluto en la escala Kelvin)... intentando salvar lo más puro de su espíritu (la niña), y preservar lo más fràgil, su integridad, su inocencia (la panacota). Pero tiene que descender más... traspasar lo conocido y adentrarse en la profunda oscuridad; tocar fondo. Ese nivel 333, que si acertamos a discernir su significado en las fuentes de la numerología, hallaremos el concepto del cumplimiento del ideal, alcanzar la plenitud, conseguir un destino escogido.
Ahi, en lo hondo, el infierno se convierte en luz más allá de los sueños. Y el caballero andante, el ideal, se reencuentra, se reconcilia con el principio de realidad del que había creído despojarse, mientras contempla la salvación de su alma (la niña), y el retorno de su frágil y vulnerable ser (la panacota), al origen (la cocina).
Sea en clave de Fausto, de Hamlet, de Lancelot buscando el Santo Grial... o de Don Quijote de la Mancha (de un lugar del que no quiero acordarme), en otro lenguaje, que nos retrotrae al que usaran los de la “Fura dels Baus”, tenemos el mismo cuento. Todas estas obras han sido traducidas a muchos idiomas: el de Galder Gaztelu-Urrutia, otro más que funde en eficaz aleaje a todas ellas.
Toda una metáfora del que haciendo uso de su libre albedrío decide dejar una zona de confort, en la que se vive de productos sustitutivos, pero que a la larga suponen un coste para el propio crecimiento personal (en el caso del tabaco, la salud y la economía), para adentrarse en la aventura del descubrimiento del “sí mismo”. Bucear en este mundo, y a según que profundidades, supone la mayoría de veces un alto precio en sufrimiento. El sacrificio, el “sacrum factum” (el sumo acto sagrado de todo ser humano que se enfrenta a sí, y lo hace por medio (y para) del “otro”. Descubrise a uno, es descubrir a los otros. Y en última instancia al Todo del que, con ellos, se forma parte.
En ello se fundamenta el llamado “mito del héroe”, que tenemos incrustado de milenios ha en nuestra genética psíquica, y que de forma tan recurrente, constante, casi siempre presente, queda plasmado en las manifestaciones artísticas del ser humano. Ese ser que se debate entre la utopía (el idealismo, las expectativas, el anhelo... “The Platform”) y la distopía (el principio de realidad... “El Hoyo”). Eterno conflicto que se nos desgrana disociado en los quijotescos personajes de Goreng y Trimagasi. El libro: la razón, el pensamiento, el sentimiento que une éstos a las emociones... el cuchillo, el instinto de supervivencia, el principal condicionante de nuestras conductas; lo que compartimos con el reptil... (a Zorion Eguileor sólo le faltan las escamas, unas alas y unas buenas garras para parecer uno de esos dragones a los que se enfrentará nuestro idealista caballero andante).
Después de una primera fase en el que el ideal, el caballero, vence a ese instinto básico, viene el momento de saltar a la plataforma; seguir el viaje tomando el control sobre ese azaroso condicionamiento del viaje de la vida que parece llevarnos después, de cada sueño, de momentos más tortuosos, a otros más fácilies y dulces (los niveles).
El héroe decide descender a lo más oscuro, a lo más profundo que piensa creer conocer, el nivel 273 (-273º C es la temperatura más baja científicamente registrada; el 0 absoluto en la escala Kelvin)... intentando salvar lo más puro de su espíritu (la niña), y preservar lo más fràgil, su integridad, su inocencia (la panacota). Pero tiene que descender más... traspasar lo conocido y adentrarse en la profunda oscuridad; tocar fondo. Ese nivel 333, que si acertamos a discernir su significado en las fuentes de la numerología, hallaremos el concepto del cumplimiento del ideal, alcanzar la plenitud, conseguir un destino escogido.
Ahi, en lo hondo, el infierno se convierte en luz más allá de los sueños. Y el caballero andante, el ideal, se reencuentra, se reconcilia con el principio de realidad del que había creído despojarse, mientras contempla la salvación de su alma (la niña), y el retorno de su frágil y vulnerable ser (la panacota), al origen (la cocina).
Sea en clave de Fausto, de Hamlet, de Lancelot buscando el Santo Grial... o de Don Quijote de la Mancha (de un lugar del que no quiero acordarme), en otro lenguaje, que nos retrotrae al que usaran los de la “Fura dels Baus”, tenemos el mismo cuento. Todas estas obras han sido traducidas a muchos idiomas: el de Galder Gaztelu-Urrutia, otro más que funde en eficaz aleaje a todas ellas.