Una película sin desperdicio alguno, excelentemente desarrollada tanto en la actuación como la dirección. Con diálogos clarísimos e impecables. La ambientación no es un detalle menor, un pequeño cuarto en los suburbios, el calor, representa la típica escenografía norteamericana. Éstos factores junto con el tiempo real generan que el espectador se sienta parte de la escena, analizando, palpitando y juzgando como uno más de los doce.
Un sólo hombre que no intenta solo demostrar la inocencia del acusado sino también que las pruebas son falibles e insuficientes para determinarlo . En ese caso quedaría fuera de condena. A través del razonamiento lo demuestra y muchos de los demás se van pisando entre ellos, empezando a dejar de lado sus prejuicios y tratando el caso con más objetividad. Incluso el más cerrado, temperamental y orgulloso (Lee J. Cobb) tiene que aceptar que está confundido y debe ceder.
Una abierta críctica al sistema judicial norteamericano, en contra de la pena de muerte y cómo juega en contra, muchas veces, el factor humano, el temperamento, el orgullo y los prejuicios, en el momento de tomar una decisión, que en este caso, define la vida de una persona.

¿Hasta qué punto estamos listos para definir la vida o muerte de una persona?

¿Qué hubiese pasado si ese día, Davis ( Henry Fonda) no estaba en la mesa?

Son incógnitas que plantea Sidney Lumet en esta obra de arte que trasciende en el tiempo.