Supongo que la explosión de entusiasmo que ha producido es consecuente a la escasez de sentimiento de la mayoría de películas actuales. No llegaré a decir que en el país de los ciegos el tuerto es el rey porque sería minimizar demasiado esta bonita película, pero valga ese refrán para resumir un poco el asunto.

Lo cierto es que el arranque parece prometer una sucesión tal de números musicales que puede producir terror en los no amantes del género; el argumento en esos inicios parece lo secundario, una mera excusa para ese despliegue. Afortunadamente, al ir avanzando, la música empasta cada vez mejor con la historia y sus protagonistas y así hasta llegar a un maravilloso desenlace, que es sin duda lo que más me gustó de la cinta. Esos diez minutos finales son, a mi juicio, el verdadero quid de la cuestión de su éxito, ya que te deja con una grata sensación, que es a la postre la que permanece.

No sé si a los grandes admiradores de los musicales les llenará. La banda sonora es correcta, bien defendida por los protagonistas, pero no esperen ver apoteósicos números musicales. Olvídense de maravillas como Cabaret, Sonrisas y Lágrimas o Grease. Eso son palabras mayores y no cabe comparación.

En resumen, me pareció agradable, hecha con muy buen gusto, romántica y conmovedora. Y Emma Stone tiene una gran parte de culpa.