El estilo de Danny Boyle ya es bien conocido entre los cinéfilos. Gracias a sus recursos nos ha quedado una buena idea de lo que es el cine de autor iniciando el siglo veintiuno. Aquí, a mi juicio, no desentona. Es una película que puede terminar desgastando demasiado al espectador, sin necesidad alguna, pero la apuesta de Boyle va ligada precisamente a mostrarnos cómo desarrollar un filme articulado como una trampa. Entras a hacer parte de ella, como si te sentarás a la mesa de un grupo de jugadores que tienen todas las mañad listas para dejarte sin un centavo.
Me gusta. Se la juega visualmente con los chispazos sexuales de una Rosario Dowson a la que vale la pena admirarle la piel y un Vincent Cassel que como criminal tiene las virtudes completamente afiladas.