Media votos
7.1
Votos
48
Críticas
48
Listas
0
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Contacto
- Sus redes sociales
-
Compartir su perfil
Voto de cinedeautor:
9
6.6
12,438
Drama
En el año 1944, durante el horror del campo de concentración de Auschwitz, un prisionero judío húngaro llamado Saul, miembro de los 'Sonderkommando' -encargados de quemar los cadáveres de los prisioneros gaseados nada más llegar al campo y limpiar las cámaras de gas-, encuentra cierta supervivencia moral tratando de salvar de los hornos crematorios el cuerpo de un niño que toma como su hijo. (FILMAFFINITY)
17 de enero de 2016
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La II Guerra Mundial ha sido tratada infinidad de veces desde miles puntos de vista y situaciones, hasta el punto de parecer que ya no se podía sacar un producto que rezumara frescura y sin tener la sensación de algo ya visto. La complejidad del conflicto permitió que salieran multitud de películas contando una parte de él o un suceso en un momento determinado. Y casi todas eran contadas a través de los ejércitos o de los peces gordos que movían los hilos. Pero pocos han sido los que se han atrevido a plasmar de manera ficcionada el horror que se vivía en los campos de concentración. Es indudable que hay que nombrar a Steven Spielberg y a La lista de Schindler como trabajo más destacado de los que se han hecho. Esa faraónica obra emocionó a todos por igual ante la maravillosa historia de Oskar Schindler y los judíos que intentó salvar. Del mismo modo tenemos La vida es bella, de Roberto Benigni, y en clave de comedia. Te reías y te estremecías con la divertida y cruel vida que tuvo que vivir Guido y su hijo. Nunca una comedia había hecho llorar a tanta gente. Ambas películas encontraban en el sentimentalismo su forma de ser, buscando la emoción de los espectadores en primer lugar y las lágrimas como punto fulminante. Pero, como dijo Géza Röhrig ( Saúl) en una reciente entrevista, “son obras muy sentimentales, quieren que llores al verla, y nosotros queríamos evitar eso porque pensamos que llorar te hace sentir mejor falsamente“. Lo que buscó esta pareja de húngaros era una película que se te quedara en la retina después del visionado y a partir de un enfoque realista y honesto.
El hijo de Saúl no es una película cualquiera sobre la II Guerra Mundial. Ni siquiera es una película que trate el holocausto tomando como modelo los trabajos antes mencionados. Porque resulta difícil pensar en una película que reduzca al minimalismo la historia de los prisioneros judíos hasta el punto de contarla a través exclusivamente del protagonista. Sin ninguna influencia del exterior ni secundarios que logren tener cierta importancia en la trama. László Nemes consigue hacer funcionar tal proeza gracias a la compleja labor que se labró detrás de las cámaras. Usando un formato clasicista (4:3), pega la cámara sobre los hombros de Saúl para convertir la pantalla en sus ojos. Una visión en primera persona sin ser técnicamente primera persona, pero que resulta igual o más eficaz. Junto a ello, despoja al film prácticamente de la profundidad de campo, dejando los fondos borrosos y sin apenas visibilidad. Solo las caras de las personas serán las que podamos ver de una forma clara. Con el fin de terminar de sumergirnos en este drama infernal, la importancia del fuera de campo será crucial, pues los horrores que pasan alrededor, no seremos capaces de verlos en su totalidad. Gritos, charlas y susurros, conformarán la banda sonora que haya en todo momento en los escenarios visitados. Y es que El hijo de Saúl parece un videojuego ambientado en un mundo abierto, donde el personaje principal se mueve sin apenas cortes entre las diferentes salas ocupadas por individuos que están realizando una tarea y que le dan información necesaria para avanzar en el momento que se acerca a ellos para hablarles. Y cuando se dispone a ir hacia otro objetivo, aparecerá un nuevo problema que le prohibirá de conseguir la recompensa. El realismo desprendido por la película queda establecido completamente con el uso de amplios planos secuencias a lo largo de la película para que no haya ningún corte artificial.
László Nemes esquiva todo tipo de sentimentalismo barato, ya que su objetivo es contar lo que realmente pasó a través de una perspectiva dura y seca. Le importa más que te pares a reflexionar sobre ella a que te pongas a llorar, pues es así como se consigue concienciar; mostrándote la realidad de una forma cruda y sin artificios. El fondo de la cuestión ya ha sido tratado mil veces, pero no la manera de tratarla. Pegar la cámara a su espalda – junto con el formato 4:3, la pantalla, casi en su totalidad, queda ocupada por el cuerpo de Saúl- nos obliga a seguirle; a tener la sensación de que no es buena idea estar en los lugares por los que pasamos; a sentir miedo cuando te aproximas a un nazi; a tener pánico cuando damos un paso en falso que nos condene a poner fin a nuestra existencia. Nunca antes habían permitido a los espectadores estar dentro de una cámara de gas, en una fila de la muerte, entre cadáveres o con una pistola apuntándote a escasos centímetros. Y junto a ello, gritos que no sabes de donde vienen o personas siendo ejecutadas pero que no alcanzamos a apreciarlas al encontrarse al final del plano y, por ello, borrosas. No hay libertad; no hay vida allá a lo lejos, solo destrucción y eso no es lo que uno quiere ver. Ni el 3D te da tal bofetada de realismo.
- Sigue en spoilers sin spoilers -
El hijo de Saúl no es una película cualquiera sobre la II Guerra Mundial. Ni siquiera es una película que trate el holocausto tomando como modelo los trabajos antes mencionados. Porque resulta difícil pensar en una película que reduzca al minimalismo la historia de los prisioneros judíos hasta el punto de contarla a través exclusivamente del protagonista. Sin ninguna influencia del exterior ni secundarios que logren tener cierta importancia en la trama. László Nemes consigue hacer funcionar tal proeza gracias a la compleja labor que se labró detrás de las cámaras. Usando un formato clasicista (4:3), pega la cámara sobre los hombros de Saúl para convertir la pantalla en sus ojos. Una visión en primera persona sin ser técnicamente primera persona, pero que resulta igual o más eficaz. Junto a ello, despoja al film prácticamente de la profundidad de campo, dejando los fondos borrosos y sin apenas visibilidad. Solo las caras de las personas serán las que podamos ver de una forma clara. Con el fin de terminar de sumergirnos en este drama infernal, la importancia del fuera de campo será crucial, pues los horrores que pasan alrededor, no seremos capaces de verlos en su totalidad. Gritos, charlas y susurros, conformarán la banda sonora que haya en todo momento en los escenarios visitados. Y es que El hijo de Saúl parece un videojuego ambientado en un mundo abierto, donde el personaje principal se mueve sin apenas cortes entre las diferentes salas ocupadas por individuos que están realizando una tarea y que le dan información necesaria para avanzar en el momento que se acerca a ellos para hablarles. Y cuando se dispone a ir hacia otro objetivo, aparecerá un nuevo problema que le prohibirá de conseguir la recompensa. El realismo desprendido por la película queda establecido completamente con el uso de amplios planos secuencias a lo largo de la película para que no haya ningún corte artificial.
László Nemes esquiva todo tipo de sentimentalismo barato, ya que su objetivo es contar lo que realmente pasó a través de una perspectiva dura y seca. Le importa más que te pares a reflexionar sobre ella a que te pongas a llorar, pues es así como se consigue concienciar; mostrándote la realidad de una forma cruda y sin artificios. El fondo de la cuestión ya ha sido tratado mil veces, pero no la manera de tratarla. Pegar la cámara a su espalda – junto con el formato 4:3, la pantalla, casi en su totalidad, queda ocupada por el cuerpo de Saúl- nos obliga a seguirle; a tener la sensación de que no es buena idea estar en los lugares por los que pasamos; a sentir miedo cuando te aproximas a un nazi; a tener pánico cuando damos un paso en falso que nos condene a poner fin a nuestra existencia. Nunca antes habían permitido a los espectadores estar dentro de una cámara de gas, en una fila de la muerte, entre cadáveres o con una pistola apuntándote a escasos centímetros. Y junto a ello, gritos que no sabes de donde vienen o personas siendo ejecutadas pero que no alcanzamos a apreciarlas al encontrarse al final del plano y, por ello, borrosas. No hay libertad; no hay vida allá a lo lejos, solo destrucción y eso no es lo que uno quiere ver. Ni el 3D te da tal bofetada de realismo.
- Sigue en spoilers sin spoilers -
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Esa falta de nitidez nos lleva a pensar en la ambigüedad de la que hace gala la película. Saúl cree que el cuerpo que recoge es su hijo, pero eso nunca se confirma. Puede ser o puede no ser. Nemes viene a hablarnos del grado de locura al que llegan los prisioneros causándoles imaginaciones y falsas esperanzas. Y es el propio niño el que le da cierta humanidad. Que forme parte del Sonderkommando nos permite observar cómo ha perdido toda condición de ser humano al mentir a su propia gente para que se metan dentro de la cámara de gas. Un hombre insensibilizado y convertido en una máquina tenebrosa. Es el propio niño el que le da fuerzas para seguir luchando por algo; y esto es el entierro digno que se merece su hijo y que debe oficializar un rabino. No importa si con ello perjudica a sus propios compañeros que están planeando una sublevación. Es consciente que morirá tarde o temprano, así que realiza lo que él cree que es lo más adecuado. Nemes se atreve a meter una visión casi religiosa para decir que la salvación de alma es posible en un mundo cruel e inhumano. Sorprende que sea una película dura y no agradable de ver a pesar de que lo que ocurre dentro de pantalla es insignificante en comparación con lo que ocurre fuera. Spielberg nos mostró a cientos de judíos metidos en una sala donde no sabían si iban a morir o a ducharse. Esa secuencia era tenebrosa durante unos segundos. En El hijo de Saúl, nos basta con escuchar los golpes y los gritos de ellos, mientras observamos la cara de Saúl, para sentir lo mismo. La imaginación nuestra es mucho más potente, y más siniestra, a la hora de hacernos la idea de lo que está ocurriendo ahí dentro.
Resulta admirable que semejante trabajo haya sido rodado por dos novatos. Géza Röhrig nunca había sido actor y consigue una de las actuaciones más creíbles de la temporada. Qué pena que sea húngaro y no americano para que fuera nominado a los premios. László Nemes ha sido ayudante de Bela Tarr, director icónico en su país, y eso le ha permitido enriquecerse, audiovisualmente hablando, y poder realizar así una labor de dirección tan madura que no parece hecha por alguien sin experiencia al mando. El hijo de Saúl nos hace recordar a la maravillosa (y cruel) Elephant, de Gus Van Sant. En ella, se contaba la matanza del instituto Columbine a través de varios personajes, de los cuales no se despegaba la cámara. Algunos dijeron que era un documental de pasillos, al ver simplemente la vida diaria de los alumnos de un colegio. Pero en realidad, el objetivo era el mismo que la película que tratamos ahora: Un viaje a través del infierno. La historia es lo secundario, lo que importa es apreciar lo que se siente estar ahí dentro y ver que no hay escapatoria.
El hijo de Saúl es una de las mejores películas que se han realizado en los últimos años. Una auténtica obra maestra del ya género de la II Guerra Mundial. Y ello contando solo con un millón de dólares de presupuesto. Un hito que no tardará en alzarse con el Oscar a mejor película de habla no inglesa en apenas un mes; aunque allí también deberá enfrentarse ante una de las otras joyas descubiertas recientemente: Mustang.
http://www.cineautorweb.com/2016/01/17/el-hijo-de-saul/
Resulta admirable que semejante trabajo haya sido rodado por dos novatos. Géza Röhrig nunca había sido actor y consigue una de las actuaciones más creíbles de la temporada. Qué pena que sea húngaro y no americano para que fuera nominado a los premios. László Nemes ha sido ayudante de Bela Tarr, director icónico en su país, y eso le ha permitido enriquecerse, audiovisualmente hablando, y poder realizar así una labor de dirección tan madura que no parece hecha por alguien sin experiencia al mando. El hijo de Saúl nos hace recordar a la maravillosa (y cruel) Elephant, de Gus Van Sant. En ella, se contaba la matanza del instituto Columbine a través de varios personajes, de los cuales no se despegaba la cámara. Algunos dijeron que era un documental de pasillos, al ver simplemente la vida diaria de los alumnos de un colegio. Pero en realidad, el objetivo era el mismo que la película que tratamos ahora: Un viaje a través del infierno. La historia es lo secundario, lo que importa es apreciar lo que se siente estar ahí dentro y ver que no hay escapatoria.
El hijo de Saúl es una de las mejores películas que se han realizado en los últimos años. Una auténtica obra maestra del ya género de la II Guerra Mundial. Y ello contando solo con un millón de dólares de presupuesto. Un hito que no tardará en alzarse con el Oscar a mejor película de habla no inglesa en apenas un mes; aunque allí también deberá enfrentarse ante una de las otras joyas descubiertas recientemente: Mustang.
http://www.cineautorweb.com/2016/01/17/el-hijo-de-saul/