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Voto de cinedeautor:
9
Drama En el año 1944, durante el horror del campo de concentración de Auschwitz, un prisionero judío húngaro llamado Saul, miembro de los 'Sonderkommando' -encargados de quemar los cadáveres de los prisioneros gaseados nada más llegar al campo y limpiar las cámaras de gas-, encuentra cierta supervivencia moral tratando de salvar de los hornos crematorios el cuerpo de un niño que toma como su hijo. (FILMAFFINITY)
17 de enero de 2016
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La II Guerra Mundial ha sido tratada infinidad de veces desde miles puntos de vista y situaciones, hasta el punto de parecer que ya no se podía sacar un producto que rezumara frescura y sin tener la sensación de algo ya visto. La complejidad del conflicto permitió que salieran multitud de películas contando una parte de él o un suceso en un momento determinado. Y casi todas eran contadas a través de los ejércitos o de los peces gordos que movían los hilos. Pero pocos han sido los que se han atrevido a plasmar de manera ficcionada el horror que se vivía en los campos de concentración. Es indudable que hay que nombrar a Steven Spielberg y a La lista de Schindler como trabajo más destacado de los que se han hecho. Esa faraónica obra emocionó a todos por igual ante la maravillosa historia de Oskar Schindler y los judíos que intentó salvar. Del mismo modo tenemos La vida es bella, de Roberto Benigni, y en clave de comedia. Te reías y te estremecías con la divertida y cruel vida que tuvo que vivir Guido y su hijo. Nunca una comedia había hecho llorar a tanta gente. Ambas películas encontraban en el sentimentalismo su forma de ser, buscando la emoción de los espectadores en primer lugar y las lágrimas como punto fulminante. Pero, como dijo Géza Röhrig ( Saúl) en una reciente entrevista, “son obras muy sentimentales, quieren que llores al verla, y nosotros queríamos evitar eso porque pensamos que llorar te hace sentir mejor falsamente“. Lo que buscó esta pareja de húngaros era una película que se te quedara en la retina después del visionado y a partir de un enfoque realista y honesto.

El hijo de Saúl no es una película cualquiera sobre la II Guerra Mundial. Ni siquiera es una película que trate el holocausto tomando como modelo los trabajos antes mencionados. Porque resulta difícil pensar en una película que reduzca al minimalismo la historia de los prisioneros judíos hasta el punto de contarla a través exclusivamente del protagonista. Sin ninguna influencia del exterior ni secundarios que logren tener cierta importancia en la trama. László Nemes consigue hacer funcionar tal proeza gracias a la compleja labor que se labró detrás de las cámaras. Usando un formato clasicista (4:3), pega la cámara sobre los hombros de Saúl para convertir la pantalla en sus ojos. Una visión en primera persona sin ser técnicamente primera persona, pero que resulta igual o más eficaz. Junto a ello, despoja al film prácticamente de la profundidad de campo, dejando los fondos borrosos y sin apenas visibilidad. Solo las caras de las personas serán las que podamos ver de una forma clara. Con el fin de terminar de sumergirnos en este drama infernal, la importancia del fuera de campo será crucial, pues los horrores que pasan alrededor, no seremos capaces de verlos en su totalidad. Gritos, charlas y susurros, conformarán la banda sonora que haya en todo momento en los escenarios visitados. Y es que El hijo de Saúl parece un videojuego ambientado en un mundo abierto, donde el personaje principal se mueve sin apenas cortes entre las diferentes salas ocupadas por individuos que están realizando una tarea y que le dan información necesaria para avanzar en el momento que se acerca a ellos para hablarles. Y cuando se dispone a ir hacia otro objetivo, aparecerá un nuevo problema que le prohibirá de conseguir la recompensa. El realismo desprendido por la película queda establecido completamente con el uso de amplios planos secuencias a lo largo de la película para que no haya ningún corte artificial.

László Nemes esquiva todo tipo de sentimentalismo barato, ya que su objetivo es contar lo que realmente pasó a través de una perspectiva dura y seca. Le importa más que te pares a reflexionar sobre ella a que te pongas a llorar, pues es así como se consigue concienciar; mostrándote la realidad de una forma cruda y sin artificios. El fondo de la cuestión ya ha sido tratado mil veces, pero no la manera de tratarla. Pegar la cámara a su espalda – junto con el formato 4:3, la pantalla, casi en su totalidad, queda ocupada por el cuerpo de Saúl- nos obliga a seguirle; a tener la sensación de que no es buena idea estar en los lugares por los que pasamos; a sentir miedo cuando te aproximas a un nazi; a tener pánico cuando damos un paso en falso que nos condene a poner fin a nuestra existencia. Nunca antes habían permitido a los espectadores estar dentro de una cámara de gas, en una fila de la muerte, entre cadáveres o con una pistola apuntándote a escasos centímetros. Y junto a ello, gritos que no sabes de donde vienen o personas siendo ejecutadas pero que no alcanzamos a apreciarlas al encontrarse al final del plano y, por ello, borrosas. No hay libertad; no hay vida allá a lo lejos, solo destrucción y eso no es lo que uno quiere ver. Ni el 3D te da tal bofetada de realismo.

- Sigue en spoilers sin spoilers -
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedeautor
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