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Voto de Bloomsday:
10
7.2
4,813
Drama
Libremente inspirada en un episodio que marca el fin de la carrera del filósofo Friedrich Nietzsche. El 3 de enero de 1889, en la plaza Alberto de Turín, Nietzsche se lanzó llorando al cuello de un caballo agotado y maltratado por su cochero y, después, se desmayó. Desde entonces, dejó de escribir y se hundió en la locura y el mutismo. En una atmósfera preapocalíptica, se nos muestra la vida del cochero, su hija y el viejo caballo. (FILMAFFINITY) [+]
23 de enero de 2012
41 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) Nietzsche
El viento eterno jalonando el cambio (cambio constante, mutación que quema la corteza terrestre y arrastra tierra). El fin del mundo llega siempre, a cada rato. Combustión espontánea que modifica los tejidos. A cada paso, a cada siglo. Hasta una dialéctica enferma de teleología enferma que no es progresiva ni hegeliana. Murió Dios, murió la Razón, murió la finalidad. Rebotamos contra la pared de la reiteración y la Nada y volvemos. La vida como un palíndromo, reflejo de frase pronunciada que gira sobre sí misma y luego vuelve.
Parábola nietzscheana lejana, pese a la anécdota equina de la Piazza Carlo Alberto. Breve resonancia de retorno de tormenta y huracán. Hasta que la luz ya no prende, la imagen se congela y el fundido a negro se hace eterno.
2) La patata caliente
Al aparecer el filósofo sajón en la introducción buscamos relaciones. ¿Caballo como radicalismo aristocrático “vital”? El nervio, la piel, la fuerza del devenir contra el absurdo de los hombres inventores de dios, el modelo occidental de pensamiento, el saber griego y los ídolos “ocasados”. La genealogía del bien y del mal en beneficio de la mediocridad. Desde el punto de vista nietzscheano el mundo era una ruina. Debía dirigirse hacia la revelación zaratustriana. Hacia el león, la parábola y el flujo melódico de una nueva sangre.
3) Átale, demoníaco Caín, o me delata
Bela Tarr no parece interesado en todo eso. Este apocalipsis silencioso es nihilista y nihilista se emperifolla. Quizás sea la decepción humillada del eterno retorno (“no puede haber cambio en la tierra porque ese cambio ya se ha producido”). ¿Dónde lleva este fundido a negro entonces? Al final de la película en una conclusión metalingüística de oscuridad que nos abarca (“La mañana se convertirá en noche y la noche llegará a su fin“). El camino hacia el hombre superior cae en el olvido. Si todo retorna, el superhombre llegaría para marcharse. La reiteración cíclica del tiempo muerto lo inunda todo y perpetúa el tránsito por la superstición y el hastío. La victoria del nihilismo como aceptación de la nivelación "sufriente" del hombre en una vida que destroza el alma. Vida cotidiana de monotonía de nuestro tiempo y su “ser-para-la-muerte”. No se puede escapar del viento y hay que regresar dando vueltas (“mañana lo intentaremos de nuevo”). Quizás regresar al punto de partida. A la primera letra.
(spoiler sin espinas...)
El viento eterno jalonando el cambio (cambio constante, mutación que quema la corteza terrestre y arrastra tierra). El fin del mundo llega siempre, a cada rato. Combustión espontánea que modifica los tejidos. A cada paso, a cada siglo. Hasta una dialéctica enferma de teleología enferma que no es progresiva ni hegeliana. Murió Dios, murió la Razón, murió la finalidad. Rebotamos contra la pared de la reiteración y la Nada y volvemos. La vida como un palíndromo, reflejo de frase pronunciada que gira sobre sí misma y luego vuelve.
Parábola nietzscheana lejana, pese a la anécdota equina de la Piazza Carlo Alberto. Breve resonancia de retorno de tormenta y huracán. Hasta que la luz ya no prende, la imagen se congela y el fundido a negro se hace eterno.
2) La patata caliente
Al aparecer el filósofo sajón en la introducción buscamos relaciones. ¿Caballo como radicalismo aristocrático “vital”? El nervio, la piel, la fuerza del devenir contra el absurdo de los hombres inventores de dios, el modelo occidental de pensamiento, el saber griego y los ídolos “ocasados”. La genealogía del bien y del mal en beneficio de la mediocridad. Desde el punto de vista nietzscheano el mundo era una ruina. Debía dirigirse hacia la revelación zaratustriana. Hacia el león, la parábola y el flujo melódico de una nueva sangre.
3) Átale, demoníaco Caín, o me delata
Bela Tarr no parece interesado en todo eso. Este apocalipsis silencioso es nihilista y nihilista se emperifolla. Quizás sea la decepción humillada del eterno retorno (“no puede haber cambio en la tierra porque ese cambio ya se ha producido”). ¿Dónde lleva este fundido a negro entonces? Al final de la película en una conclusión metalingüística de oscuridad que nos abarca (“La mañana se convertirá en noche y la noche llegará a su fin“). El camino hacia el hombre superior cae en el olvido. Si todo retorna, el superhombre llegaría para marcharse. La reiteración cíclica del tiempo muerto lo inunda todo y perpetúa el tránsito por la superstición y el hastío. La victoria del nihilismo como aceptación de la nivelación "sufriente" del hombre en una vida que destroza el alma. Vida cotidiana de monotonía de nuestro tiempo y su “ser-para-la-muerte”. No se puede escapar del viento y hay que regresar dando vueltas (“mañana lo intentaremos de nuevo”). Quizás regresar al punto de partida. A la primera letra.
(spoiler sin espinas...)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
4) Tiempo muerto
Película configurada a través de una letanía de secuencias y detalles superfluos que no sirven como articulación del relato en sentido tradicional. Esto, en opinión convencional, aburrirá que te cagas.
Los rellenos (catálisis barthesiana) pródigos en detalles intrascendentes establecen un tiempo muerto como delator de la miseria de una época y una vida. “Notación insignificante” donde no hay acción sino descripción. No hay carácter sumatorio de la narración-acción. Tarr se enfrasca en una reivindicación de puesta en escena sintética como forma de retórica y de despojada representación realista del deambular existencial. El nihilismo a través de la no-narrativa: sucesión de escenas, sucesión de días, sucesión de existencia. Tiempo muerto como mecanismo de reflexión; mundo de necesidad y superstición. Tiempo muerto como metáfora, hasta que el contexto y el detalle de naturalismo áspero sea leitmotiv normativo de un clima apocalíptico metafísico.
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Catálisis: “llenan el espacio narrativo que separa las funciones-nudo“ (Roland Barthes, 'Introducción al análisis estructural de los relatos').
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Así se dota de finalidad estructural todo detalle inútil y redundante incluido en el film. Al denotar lo real sin fragmentarlo, el efecto del film húngaro es la carga simbólica construida sin romper la unidad de percepción (unidad que busca el símbolo y no el relato montado).
5) Équidos
Diferencias con el 'Al azar de Baltasar' bressoniano: la serenidad de ambos cines no oculta una diferencia radical entre la cotidianeidad previa en el estilo trascendental de Bresson (del que habló Paul Schrader) vs. la cotidianeidad del realizador húngaro de efecto real, pero también estético (Ortega: “es preferible un silencio donde suenen sones puramente decorativos”).
Sus propósitos son diferentes, el deleite visual de Bela Tarr en el viento, la imagen de lo cotidiano y la suciedad del coro trágico de la existencia se apoya en lo material, en el retrato ultrarrealista y la prodigalidad en digresiones estéticas (plano-secuencia y fotografía de decadente belleza). Tarr, con su cámara, lo recoge y graba todo, evoca con esa imagen totalizadora la desesperanza de una rutina existencial, una visión descarnada pero grandilocuente repleta de aspavientos técnicos que sugieren una épica del pesimismo.
La explosión íntima del cine de Bresson va al detalle hierático y neutro; a la concreción desnuda, no realista, no mimética. A la interiorización de una imagen quieta y modesta que debe desde lo cotidiano trascender hasta lo espiritual.
Ambos dan el salto hacia la conclusión metafísica pero con herramientas distintas: Tarr en pértiga (una ópera del nihilismo); Bresson, levitando (música de cámara). Aunque en ambos el cuadrúpedo finalmente sea testigo imparcial y víctima de un mundo pretendidamente humanizado.
Película configurada a través de una letanía de secuencias y detalles superfluos que no sirven como articulación del relato en sentido tradicional. Esto, en opinión convencional, aburrirá que te cagas.
Los rellenos (catálisis barthesiana) pródigos en detalles intrascendentes establecen un tiempo muerto como delator de la miseria de una época y una vida. “Notación insignificante” donde no hay acción sino descripción. No hay carácter sumatorio de la narración-acción. Tarr se enfrasca en una reivindicación de puesta en escena sintética como forma de retórica y de despojada representación realista del deambular existencial. El nihilismo a través de la no-narrativa: sucesión de escenas, sucesión de días, sucesión de existencia. Tiempo muerto como mecanismo de reflexión; mundo de necesidad y superstición. Tiempo muerto como metáfora, hasta que el contexto y el detalle de naturalismo áspero sea leitmotiv normativo de un clima apocalíptico metafísico.
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Catálisis: “llenan el espacio narrativo que separa las funciones-nudo“ (Roland Barthes, 'Introducción al análisis estructural de los relatos').
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Así se dota de finalidad estructural todo detalle inútil y redundante incluido en el film. Al denotar lo real sin fragmentarlo, el efecto del film húngaro es la carga simbólica construida sin romper la unidad de percepción (unidad que busca el símbolo y no el relato montado).
5) Équidos
Diferencias con el 'Al azar de Baltasar' bressoniano: la serenidad de ambos cines no oculta una diferencia radical entre la cotidianeidad previa en el estilo trascendental de Bresson (del que habló Paul Schrader) vs. la cotidianeidad del realizador húngaro de efecto real, pero también estético (Ortega: “es preferible un silencio donde suenen sones puramente decorativos”).
Sus propósitos son diferentes, el deleite visual de Bela Tarr en el viento, la imagen de lo cotidiano y la suciedad del coro trágico de la existencia se apoya en lo material, en el retrato ultrarrealista y la prodigalidad en digresiones estéticas (plano-secuencia y fotografía de decadente belleza). Tarr, con su cámara, lo recoge y graba todo, evoca con esa imagen totalizadora la desesperanza de una rutina existencial, una visión descarnada pero grandilocuente repleta de aspavientos técnicos que sugieren una épica del pesimismo.
La explosión íntima del cine de Bresson va al detalle hierático y neutro; a la concreción desnuda, no realista, no mimética. A la interiorización de una imagen quieta y modesta que debe desde lo cotidiano trascender hasta lo espiritual.
Ambos dan el salto hacia la conclusión metafísica pero con herramientas distintas: Tarr en pértiga (una ópera del nihilismo); Bresson, levitando (música de cámara). Aunque en ambos el cuadrúpedo finalmente sea testigo imparcial y víctima de un mundo pretendidamente humanizado.