Con esta serie Sorrentino mantiene el pulso firme en su recuperación del estilo felliniano para el gran público. Sus claves son una trama difusa que se detiene en todo tipo de digresiones y que tiene preferencia por raros momentos cotidianos en los que la vida parece comentarse a sí misma con ironía pero también con pasión; y un cuadro de personajes que bordean la caricatura al principio para ir gradualmente humanizándose a través de una sostenida benevolencia por parte del director. De esta manera el relato, como ocurre también en sus películas, va desplazándose de la sátira inicial hacia un humanismo acogedor, secundado por un humor a veces inspirado y otras no tanto, y acechado con frecuencia por el exceso pedante. La seguridad con que se afronta cada situación eclipsa sin embargo lo que en manos de otro podría haber sido un pastiche vacío con frases rimbombantes; es evidente que detrás de todo existe un discurso complejo, propio del que prefiere la filosofía a la autoayuda, por más que no siempre logre brillar de igual manera. Sin llegar a la lucidez de Fellini en sus obras maestras, la suma de las partes de The young pope es más que positiva, y consigue varios momentos donde todo funciona y se eleva, que compensan con creces algunos otros donde la pretensión no se cumple. En cualquier caso la serie circula por una órbita muy diferente del exitoso formato de las series de cliff hangers; de hecho, lo normal es que ese tipo de series se siga con gran interés mientras duran y que a su término nuestra valoración vaya bajando; con esta ocurre al revés, la impresión mejora al recordarla, y es así como se forja un clásico.