Media votos
8.1
Votos
142
Críticas
141
Listas
0
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
- Sus redes sociales
-
Compartir su perfil
Voto de el pastor de la polvorosa:
10
8.0
9,175
Romance. Drama
Viena, 1900. Stefan Brand, un famoso pianista, recibe una carta de una mujer con la que mantuvo, en el pasado, una relación amorosa que ya no recuerda. Lisa es para él una desconocida, alguien que ha pasado por su vida sin dejar huella. Y, sin embargo, ella sigue apasionadamente enamorada de aquel joven músico que conoció cuando era todavía una adolescente. (FILMAFFINITY)
5 de enero de 2014
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Carta de una desconocida narra una historia de amor absoluto e incondicional: Lisa, interpretada por Joan Fontaine, se enamora en su adolescencia de su vecino, un joven y prometedor pianista, y toda su vida se verá marcada por esa pasión.
La fascinación de la joven se va desarrollando desde la curiosidad inicial por las lujosas pertenencias del recién llegado hasta la escucha de su interpretación de Liszt (el estudio nº3, conocido como “un sospiro”), y alcanza su primer clímax en su primer encuentro cara a cara, en el que ella permanece tras el cristal de la puerta de la casa.
Más tarde, aprovechando el ritual doméstico de la limpieza de las alfombras, ella penetra en el apartamento de él, descalza: como una humilde sierva en un espacio sagrado, pero también con una connotación erótica. En lo sucesivo, Lisa observará a su amado imposible tras los cristales, su sombra tendrá tanta presencia como su figura, vestirá de oscuro (como oscuro es su deseo).
Lisa puede ser una ingenua, una romántica, y hasta una neurótica, pero Max Opuls (sic) no es ninguna de esas cosas. Su punto de vista es el de un moralista que advierte sobre la naturaleza ilusoria del placer: un placer que evoca, en este caso, con la misma elegancia pero mayor contención que en sus últimas películas europeas, sirviéndose de una refinada estructura narrativa, y una fascinante atención a los detalles.
Toda la película está construida sobre un complejo esquema de asociaciones internas; para no aburrir, comentaré sólo algunas:
- El personaje de Lisa tiene su reflejo en el mayordomo mudo que sirve al pianista, y de quien, como ella, es compañero fiel y silencioso.
- El pretendiente de Linz tiene su eco en el marido vienés de la segunda parte: la condición militar de ambos subraya el carácter marcial de la sociedad del imperio; Lisa viste de blanco cuando está con ellos.
- En términos freudianos (otro punto de vista en la Viena de la época en que sucede la acción), podría postularse que el personaje de Lisa está marcado por la ausencia de la figura paterna, que el prosaísmo plebeyo de su padrastro no hace más que reafirmar. Ella evoca a su padre en el momento de mayor satisfacción que el relato le permite: el viaje ficticio que emprende con su amado en un tren de feria -cuyo mecanismo se nos muestra con todo detalle. El pianista se asociaría, por tanto, al padre ausente.
La fascinación de la joven se va desarrollando desde la curiosidad inicial por las lujosas pertenencias del recién llegado hasta la escucha de su interpretación de Liszt (el estudio nº3, conocido como “un sospiro”), y alcanza su primer clímax en su primer encuentro cara a cara, en el que ella permanece tras el cristal de la puerta de la casa.
Más tarde, aprovechando el ritual doméstico de la limpieza de las alfombras, ella penetra en el apartamento de él, descalza: como una humilde sierva en un espacio sagrado, pero también con una connotación erótica. En lo sucesivo, Lisa observará a su amado imposible tras los cristales, su sombra tendrá tanta presencia como su figura, vestirá de oscuro (como oscuro es su deseo).
Lisa puede ser una ingenua, una romántica, y hasta una neurótica, pero Max Opuls (sic) no es ninguna de esas cosas. Su punto de vista es el de un moralista que advierte sobre la naturaleza ilusoria del placer: un placer que evoca, en este caso, con la misma elegancia pero mayor contención que en sus últimas películas europeas, sirviéndose de una refinada estructura narrativa, y una fascinante atención a los detalles.
Toda la película está construida sobre un complejo esquema de asociaciones internas; para no aburrir, comentaré sólo algunas:
- El personaje de Lisa tiene su reflejo en el mayordomo mudo que sirve al pianista, y de quien, como ella, es compañero fiel y silencioso.
- El pretendiente de Linz tiene su eco en el marido vienés de la segunda parte: la condición militar de ambos subraya el carácter marcial de la sociedad del imperio; Lisa viste de blanco cuando está con ellos.
- En términos freudianos (otro punto de vista en la Viena de la época en que sucede la acción), podría postularse que el personaje de Lisa está marcado por la ausencia de la figura paterna, que el prosaísmo plebeyo de su padrastro no hace más que reafirmar. Ella evoca a su padre en el momento de mayor satisfacción que el relato le permite: el viaje ficticio que emprende con su amado en un tren de feria -cuyo mecanismo se nos muestra con todo detalle. El pianista se asociaría, por tanto, al padre ausente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Pero mayor interés que estas asociaciones tienen las correspondencias visuales entre distintas situaciones de la trama:
- Tras el primer encuentro real de Lisa con su amado en la esquina frente a su casa, la cámara se introduce en un café y los observa a través de los cristales hasta que ellos penetran en el interior, como si mantuviera el punto de vista anterior de Lisa: la que mira desde dentro la vida que sucede fuera; como si ella, en ese momento de incredulidad en que su deseo se cumple, todavía se observara a un tiempo desde dentro y desde fuera.
- Más claro aún es, en este sentido, el momento en que ella sube la escalera que conduce a la casa del pianista, acompañada por este: la cámara mantiene el mismo punto de vista que en una escena anterior (la última antes de su partida desesperanzada a Linz). Este punto de vista es el subjetivo de Lisa en el pasado, cuando observaba la llegada del pianista acompañado de otra mujer: el fantasma de su pasado contempla incrédulo su felicidad presente. La curvatura de los pasamanos de la escalera sugiere, según Raquel, un corazón inacabado.
- La repetición más evidente es la de la escena tópica de la despedida en la estación: una repetición que se hace consciente para la propia Lisa -que se ve sacudida por un impulso de pánico supersticioso. Pero los detalles renuevan el tópico: el dolor de la separación se expresa por las puntas de lanza que la cámara descubre coronando una barandilla en el andén, y que rodean el rostro de ella.
- Tras la última entrevista con su amado (en la que los saltos de eje subrayan el diálogo imposible) asistimos a una nueva repetición, de la que también Lisa es dolorosamente consciente: un hombre borracho con uniforme la aborda en la esquina, como en una parodia cruel de su primer encuentro en el mismo lugar con el pianista, su príncipe inconstante. “Te llevaré a donde quieras, me da igual”, le dice, y su indiferencia no puede sino recordarle, y recordarnos, a la de aquel.
En la Viena de Zweig y Ophüls, vista aquí borrosamente a través de un filtro añoso de Hollywood, al igual que en la España actual de Ruiz Gallardón, las mujeres siempre son víctimas.
navegandohaciamoonfleet.wordpress.com
- Tras el primer encuentro real de Lisa con su amado en la esquina frente a su casa, la cámara se introduce en un café y los observa a través de los cristales hasta que ellos penetran en el interior, como si mantuviera el punto de vista anterior de Lisa: la que mira desde dentro la vida que sucede fuera; como si ella, en ese momento de incredulidad en que su deseo se cumple, todavía se observara a un tiempo desde dentro y desde fuera.
- Más claro aún es, en este sentido, el momento en que ella sube la escalera que conduce a la casa del pianista, acompañada por este: la cámara mantiene el mismo punto de vista que en una escena anterior (la última antes de su partida desesperanzada a Linz). Este punto de vista es el subjetivo de Lisa en el pasado, cuando observaba la llegada del pianista acompañado de otra mujer: el fantasma de su pasado contempla incrédulo su felicidad presente. La curvatura de los pasamanos de la escalera sugiere, según Raquel, un corazón inacabado.
- La repetición más evidente es la de la escena tópica de la despedida en la estación: una repetición que se hace consciente para la propia Lisa -que se ve sacudida por un impulso de pánico supersticioso. Pero los detalles renuevan el tópico: el dolor de la separación se expresa por las puntas de lanza que la cámara descubre coronando una barandilla en el andén, y que rodean el rostro de ella.
- Tras la última entrevista con su amado (en la que los saltos de eje subrayan el diálogo imposible) asistimos a una nueva repetición, de la que también Lisa es dolorosamente consciente: un hombre borracho con uniforme la aborda en la esquina, como en una parodia cruel de su primer encuentro en el mismo lugar con el pianista, su príncipe inconstante. “Te llevaré a donde quieras, me da igual”, le dice, y su indiferencia no puede sino recordarle, y recordarnos, a la de aquel.
En la Viena de Zweig y Ophüls, vista aquí borrosamente a través de un filtro añoso de Hollywood, al igual que en la España actual de Ruiz Gallardón, las mujeres siempre son víctimas.
navegandohaciamoonfleet.wordpress.com