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Voto de el pastor de la polvorosa:
8
Drama Libremente inspirada en un episodio que marca el fin de la carrera del filósofo Friedrich Nietzsche. El 3 de enero de 1889, en la plaza Alberto de Turín, Nietzsche se lanzó llorando al cuello de un caballo agotado y maltratado por su cochero y, después, se desmayó. Desde entonces, dejó de escribir y se hundió en la locura y el mutismo. En una atmósfera preapocalíptica, se nos muestra la vida del cochero, su hija y el viejo caballo. (FILMAFFINITY) [+]
1 de junio de 2013
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuarteto: un hombre, su hija, su caballo y la sombra de Nietzsche que se hunde en la locura, evocada en el monólogo en off que abre la película (que narra la historia apócrifa del caballo de Turín).

El fin del tiempo: la película lo pone en escena, como si el nihilismo encarnado en los años finales, oscuros, del filósofo cobrara dimensiones cósmicas y se adueñara del mundo.

Dies irae: el viento no da tregua, el paisaje está lleno de signos. El animal es el primero en comprender.

Divertimentos: la rigurosa soledad de los protagonistas sólo se ve interrumpida por la visita de un extraño vecino que acude en busca de palinka, y por la irrupción de un grupo de gitanos que invitan a una huida imposible. El extraño vecino recita un monólogo airado que recuerda a Thomas Bernhard (como los planos-secuencia de la película pueden recordar sus párrafos interminables, llenos de rodeos y reiteraciones), en el que habla del triunfo de los corruptores del mundo, los que sondean, degradan y se apoderan de las cosas: “de ellos es ya el cielo y también nuestros sueños; de ellos es el presente, la naturaleza y el silencio infinito”. Uno de los gitanos hace entrega a la hija de una anti-Biblia en la que ella lee dificultosamente unas líneas que hacen referencia a la profanación de un lugar sagrado.

Los comedores de patatas: con la dieta hipocalórica que, por lo que respecta al contenido, nos suministra la película, podemos tener la tentación de interpretar estas referencias como el “mensaje” de la película. Pero, como dice el crítico Jonathan Rosenbaum, Tarr y su guionista nos ofrecen una visión, no un mensaje.

Tiempo de penitencia: en la llanura húngara, en un tiempo indeterminado (pero en todo caso anterior a la invención del cine), Sísifo retorna.

Música repetitiva: en ella las variaciones más sutiles se convierten en acontecimientos.

Parecidos razonables: Bela Tarr es como un Bresson hadrcore (que aplicara a la trama y el montaje el mismo ascetismo radical que a los actores), como un Tarkovsky agnóstico y minimalista.

Vanguardia: que retrocede a lo primordial, a lo anti-intelectual, en la estela de Samuel Beckett.

El tiempo: como ocurre con las fotografías de larga exposición, el plano-secuencia presta una cualidad especial a la película. El tiempo está, de algún modo, encerrado en ella. Quizá de ahí viene la tensión que nos impulsa a seguir mirando, la extraña expresividad de un relato de sustancia volátil y progresión mínima.
el pastor de la polvorosa
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