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Voto de el pastor de la polvorosa:
7
Musical. Romance. Comedia Versión cinematográfica del mito de Pigmalión, inspirada en la obra teatral homónima del escritor irlandés G.B. Shaw (1856-1950). En una lluviosa noche de 1912, el excéntrico y snob lingüista Henry Higgins conoce a Eliza Doolittle, una harapienta y ordinaria vendedora de violetas. El vulgar lenguaje de la florista despierta tanto su interés que hace una arriesgada apuesta con su amigo el coronel Pickering: se compromete a enseñarle a ... [+]
11 de noviembre de 2014
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de su inmenso éxito popular y su indiscutible encanto, My fair lady se confronta a las categorías de la más elevada crítica de cine con la misma ineficacia que Eliza Doolittle ante los snobs del hipódromo de Ascot, en su primera presentación en sociedad: desde luego no puede considerarse una obra personal de su director (el por otra parte excelente George Cukor), y ni siquiera está clara su adscripción genérica (un musical, sí, pero en el que la danza tiene muy poca presencia, y en el que el drama más sutil sigue a la comedia más estridente).

Entre estilizados vestidos y decorados, pegadizas melodías y la belleza intemporal de Audrey Hepburn (que es al cine de los años 50-60 lo que Louise Brooks al de finales de los 20), My fair lady destaca por su habilidad para tratar temas complejos de forma precisa y siempre muy elegante.

La película se burla de muchas cosas: desde el clasismo inglés, tan profundamente unido a la pronunciación de una lengua que admite a ese respecto casi infinitas posibilidades, hasta el narcisismo de los hombres, niños extraviados en sus juegos eruditos, capaces solo de enamorarse de su propia obra. A diferencia de ejemplos posteriores en que la cultura popular necesita reafirmarse derribando a su rival, la ironía en este caso no apunta a la cultura elitista, sino al elitismo que se ampara en la cultura.

Por otra parte, la sátira no se limita a la clase alta sino que se aplica también al instinto conservador de la burguesía, como se ve en el personaje simbólico de Mr. Doolittle, que pierde su libertad de espíritu en cuanto adquiere un cierto patrimonio.

El ascenso social de los Doolittle pone a prueba la rigidez de la estructura de castas de la Inglaterra victoriana (que, no nos engañemos, persiste todavía y no sólo en Inglaterra), y demuestra que la desigualdad entre los humanos puede zanjarse de dos maneras: a través de la educación, o del azar.

Las canciones no interrumpen sino que forman parte esencial del desarrollo de la acción, puesto que solo cuando cantan los personajes se libran a sus sentimientos íntimos, dejando atrás sus prejuicios y hábitos de comportamiento: se diría que ellas permiten que esos sentimientos, pese a sus contradicciones, se impongan a la vanidad infantil y los rituales de clase, y que la unión de contrarios pueda felizmente tener lugar.
el pastor de la polvorosa
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