Todos aquellos que detestan el cine de Woody Allen y su afición por incluir neuróticos, psiquiatras, citas freudianas, música jazz y diálogos chispeantes en las aceras de Nueva York están de enhorabuena. Siendo fiel a su estilo (faltaría más que tuviese que cambiarlo solo para callar la boca a cuatro detractores) abandona momentáneamente la mayoría de esos rasgos que tanto parecen incomodar a algunos para levantar su mejor película desde hace años, a todas luces superior a obras como Melinda y Melinda, La Maldición del Escorpión de Jade, Todo lo Demás o Granujas a Todo Ritmo (buenas, pero no geniales).
Cambiando Nueva York por Londres, el jazz por la ópera, desterrando completamente el tono de comedia y los diálogos ingeniosos que pretendían hacer un chiste en cada frase (aunque los sigue habiendo magníficos), Match Point se revela, más allá de la deslumbrante metáfora tenística sobre la suerte y el azar, como una más que lograda revisión de la figura del arribista sin escrúpulos, maquiavélico seductor capaz de hacer cualquier cosa con tal de alcanzar sus objetivos y, lo que es aún más importante, mantenerlos durante el mayor tiempo posible a su lado una vez que ha conseguido echarles el lazo.
Con reminiscencias a Bergman, Hitchcock, Dostoyiveski y Patricia Highsmith, Woody Allen retrata el sórdido mundo de estos parásitos sociales de manera brillante e implacable. Una verdadera joya. Probablemente la mejor película que he visto en los últimos meses (o en lo que va de año, para redondear más) junto a Brokeback Mountain de Lee, Volver de Almodóvar y Saraband de Bergman.