La historia de un grupo de malos que invade a una familia de buenos es bastante trillada, pero se le puede sacar mucho jugo si se evita caer en lugares comunes. No es el caso de esta obra teatral llevada al cine, que está llena de clichés.
El siempre eficaz Bogart es un duro muy duro y un malo muy malo esta vez, o pretende serlo. Aparentemente no tiene escrúpulos pero, en el fondo, sí los tiene porque no es lo suficientemente rudo ni despiadado (algo que le hubiera dado un poco más de chispa al film).
Solo rescato un momento intenso y diferente: cuando el malandrín encarnado por Robert Middleton se lleva "a pasear" a un inocente trabajador. Todo lo demás es previsible: la típica familia de clase media norteamericana llena de amor y nobleza donde no faltan la esposa comprensiva y protectora, el esposo audaz e incorruptible, el novio de la muchacha que se involucra de puro valeroso hasta el final y, por supuesto, no podía faltar el niño que demuestra su gran madurez ante situaciones extremas. Ni hablar del final, que ni falta hace spoilear.
Es interesante la dirección y la presencia de Humphrey siempre agrega un puntito más a la crítica, pero esta es una de aquellas películas que, entre lo previsible y lo trillado, no ha envejecido bien.