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España España · Badajoz
Voto de Weis:
4
Fantástico. Intriga. Aventuras Tras años sin verse, un grupo de amigos se reúne en una casa en la montaña durante el fin de semana. Parece que nada haya cambiado entre ellos, pero entre risas y anécdotas se oculta un turbio episodio del pasado que les sigue atormentando. De repente, un extraño incidente altera sus planes, quedando completamente aislados y sin posibilidad de comunicación con el exterior. (FILMAFFINITY)
5 de febrero de 2013
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son muchas, a veces demasiadas, las ocasiones en las que nos encontramos con un proyecto cinematográfico sustentado en el germen de una propuesta novelesca o incluso una saga literaria a mayor gloria de su creador o creadora, bien consiguiendo que la crítica le entronice por motivos harto discutibles o bien aprovechando una coyuntura social donde el filón de la convención impuesta haga incipiente mella en el populacho más diletante y esnob.

Reflejo del paradigma del “todo vale” mientras se refleje un aire alternativo, rompedor o extravagante. Personalmente, considero que dicha extravagancia forma parte del arte comprometido pero, si quiere tomarse con seriedad, debe mostrarse fundamentada por unos criterios que van más allá de la mera pretensión por el best-seller y el nº1 en el Box Office. Rechazar la vacuidad expositiva y propugnar una nueva forma de iluminación de pensamiento a través de un acercamiento vital a lo desconocido como experiencia matricial o trayecto iniciático.

Por desgracia, esta opción intelectualizada brilla por su ausencia en innumerables ocasiones y, concretamente, también en la película que me ocupa: la ópera prima de Jorge Torregrossa y protagonizada por figuras del star-system patrio como Maribel Verdú, Clara Lago o Daniel Grao.

Fin representa un nuevo y vulgar ejemplo de lo que comúnmente se está empezando a conocer como “ciencia ficción intimista”. Esto es, planteamiento típicamente catastrófico relacionado con la extinción de la humanidad, la pérdida de nuestros recursos vitales de supervivencia como homos sapiens o bien una sofisticada invasión alienígena de gran escala. Con lo referido a intimista, hablamos de rechazar concienzudamente las propuestas grandilocuentes de exaltación patriótica de los Roland Emmerich y Michael Bay, para adentrarnos en el punto de vista de unas personas corrientes y comunes que deben afrontar, con sus miedos y sus inhibiciones, las amargas circunstancias que experimentan.
Esta película, al igual que muchas de sus predecesoras, rechaza la responsabilidad ética al no usar tangencialmente recursos sobre nuestra desigualdad cosmológica, que pondría a prueba la tendencia al egocentrismo como gen humano y dominador de un universo inexplorado y que nos interesa que siga siendo así para continuar yendo a dormir sabiendo que seguimos siendo la especie dominante de la inmensidad.

Y es que Fin no incorpora una visión crítica, no insiste en el eufemismo geopolítico de pandemias inmigracionales, cambios climáticos o invasiones de seres no biológicos. Únicamente se limita a echárselo encima como atrezzo y a configurar una rutina perentoria de huida hacia ninguna parte. En este sentido, todo el nudo argumental de esta película es un constante fuera de campo, cuadro, narración y discurso. El espectador debe esforzarse en ofrecer una prueba de fe sobre una configuración en off que nunca dejará de serlo, ni siquiera tras los títulos de crédito. Todo el metraje es una constante demora que no conduce hacia ningún sitio y hacia ninguna finalidad, dejándonos por el camino todo un catálogo de trampas alevosas que abren un centenar de puertas que luego la película no se atreverá a cerrar.
Una vez aceptada la incredulidad ante tantas preguntas que no serán resueltas, es cuando encontramos una languidez improcedente en la factura y en el clima del discurso narrativo de lo que pretende ser, en boca de sus responsables, un film de género. Se suceden incesantemente los tiempos muertos, que no son positivos si no exigen un sentido ético o estético, valores dilapidados en esta película. El punto de partida de la misma nos sitúa en el reencuentro de un anodino grupo de amigos en medio del bosque, planteamiento arbitrario e injustificado que actúa como demora narrativa que pretende una naturalidad que ni llega ni sirve de reflexión, desarrollo dramático de caracteres o relación entre ellos.

Todos los personajes son solo uno. Todos van al mismo sitio, por muy diferentes que puedan ser sus biografías o por mucho que nos pretendan colar un falso McGuffin con la figura espiritual de un personaje al que llaman “El profeta” y que determina la suerte de los demás. Carecen de particularidad e independencia y, por lo tanto, son tratados como herramientas por los guionistas, célebres pero no por ello siempre exitosos, Sergio G. Sánchez y Jorge Guerricaechevarría.

Ese acercamiento físico a la pose impuesta y la angustia existencial de cartón piedra no encaja con un guión que no se zafa de su función convencional y con un reparto que interpreta a personajes, que no por ello personas, de función prefijada, explicación dirigida y forzada, así como de melodrama instrumentalizado por fuerza mayor.
La mera anécdota de contemplar en el elenco la presencia debutante del modelo Andrés Velencoso ya nos sitúa en la ambiciosa y primaria perspectiva comercial, ambicionada con un nulo trabajo de base más allá de los aspectos superficiales o programáticos de la idea original de la novela, que ya se antojan notablemente laxantes.

Y es que las pretensiones implícitas con las que se han trabajado en esta película han acabado por sucumbir a la misma, dejando que la razón constructora del Yo haga horas extra muy lejos del escenario de rodaje o la sala de cine. Tras tanto objetivar nos hemos convertido en objetivos, asustados y confusos cuyas conciencias ya no nos aguantan. De ahí la depresión y la angustia ante un horizonte mutilado. De ahí el tratamiento del reencuentro de los viejos amigos como una representación ritual absurda. De ahí la nada, en fin (nunca mejor dicho).
Weis
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