Incontables palabras podrían decirse sobre la maravilla cinematográfica que es esta película. Si de calidad en dirección se tratara la escala del 1 al 10 quedaría corta. Me limitaré a una opinión concreta y lo más subjetiva que pueda.

Una narrativa difícil de asimilar, símbolos y elementos cuyo propósito pueden ya sea dejar en la total confusión o tener un efecto subjetivo sublime, ambiguos mensajes tanto de religión como de política y diálogos tan profundos como complejos. Son aspectos que pueden llegar a molestar o fascinar pero cuyo peso negativo queda bien equilibrado por la belleza, perfección y maestría del aspecto visual. La fotografía es inmejorable y las secuencias matemáticamente perfectas. Varios momentos que involucran tanto a personas, animales y elementos ambientales, son memorables por lo arriesgados y por la precisión y visión que requerían. Muchas escenas son admirables por su originalidad y gran manejo de recursos, haciendo que su medio siglo de antigüedad no le quite a esta película el más mínimo gramo de impacto y genialidad. Todo esto hace que el guión, que un un análisis prematuro puede parecer carente de concreción para llevar la historia por una línea suficientemente precisa y clara sobre el propósito e intención de cada escena, quede contrarrestado por lo soberbio de su realización. Aún así, el drama que el protagonista vive no logra generar el suficiente efecto emotivo como para lograr identificarse o conmoverse al nivel que el actor muestra. En general las actuaciones son buenas sobresaliendo, en mi opinión, Nikolay Burlyaev, quien en un papel pequeño y poco profundizado construye un personaje de mucha fuerza y que resulta culminante y clave en la evolución del protagonista.

Una película que hay que ver con atención y paciencia. Y si no, de todas formas hay que verla.