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Drama
Dos niños vagan por el desierto australiano, abandonados a su suerte, tras haberse suicidado su padre. Allí conocerán a un aborígen. (FILMAFFINITY)
3 de septiembre de 2017
33 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 'Walkabout' hay dos elementos cruciales que no son, a mi entender, ni la oda a la naturaleza (pese a la belleza de la geografía australiana y el paisajismo al que casi obliga), ni el encomio del walkabout como hijo de la tierra.
Tienen un protagonismo más esencial aunque soterrado, diría yo, el suicidio y la muerte.
Tienen un protagonismo más esencial aunque soterrado, diría yo, el suicidio y la muerte.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
I. El suicidio.
De hecho, se producen dos. Ambos perpetrados por hombres que tienen contacto directo con los niños, siendo, el infante, símbolo universal de progreso de la civilización y el suicidio, como diría Albert Camus, una confesión, como en el melodrama, de que la vida nos supera.
Primero acaba con su vida el padre de los niños, ya presuntamente anquilosado en la modernidad veloz y voraz. Sus motivos se omiten; primero intenta eliminar su progenie.
Segundo, el aborigen. Tras una evidente tentativa de aburguesamiento en una casa donde ya alguien vivió y murió, frente al espejo dice a la chica, en un idioma que ella no llega a comprender en toda la película, que vivirán allí, le dará hijos y trabajarán juntos. Sus motivos para desprenderse de la vida sí quedan más claramente expuestos; hay en él un apetito sexual hacia la chica blanca que no llega a consumarse y, por otro, presencia una caza sistemática de animales que le hace acometer, digamos, un acto de contrición por ellos.
II. La muerte
Se enseñorea del periplo de los niños y del walkabout. La imagen de lo marchito; ya sea en forma de mina abandonada y obsoleta, de tumbas humanas abarrotadas de hormigas, de carroñas o de osarios de bueyes, es constante en esta película.
Y una forma de muerte, parece decir Roeg, es la repetición cíclica de rutinas y vidas. El propio inicio; esa enrarecida secuencia de planos mudos, acompañados de una estridente melodía y feroces rutinas urbanas, deja la película más cerca del eclipse de Antonioni que de 'Dersu uzala' o el Malick panteísta.
La naturaleza es, en gran medida, muerte constante.
...
Algunas aristas, ambigüedades enriquecedoras.
El walkabout, tan hermanado con la tierra, da muerte de manera implacable a muchos animales para subsistir él. La chica, al final, recibe a su marido, eslabón exitosamente encadenado en el sistema burocrático, y escucha sus progresos laborales mientras un poema que, sí, es una oda a la inocencia perdida en la desnudez de la pequeña laguna, es narrado en off. Quizás en este punto pueda uno pensar que, en efecto, la chica añora al walkabout y el contacto de su piel con la roca virgen; pero, mientras estuvo en ella, exclamó que, quizás, con suerte, pudiesen volver a la civilización; donde uno puede lavarse bien los dientes.
Gracias.
De hecho, se producen dos. Ambos perpetrados por hombres que tienen contacto directo con los niños, siendo, el infante, símbolo universal de progreso de la civilización y el suicidio, como diría Albert Camus, una confesión, como en el melodrama, de que la vida nos supera.
Primero acaba con su vida el padre de los niños, ya presuntamente anquilosado en la modernidad veloz y voraz. Sus motivos se omiten; primero intenta eliminar su progenie.
Segundo, el aborigen. Tras una evidente tentativa de aburguesamiento en una casa donde ya alguien vivió y murió, frente al espejo dice a la chica, en un idioma que ella no llega a comprender en toda la película, que vivirán allí, le dará hijos y trabajarán juntos. Sus motivos para desprenderse de la vida sí quedan más claramente expuestos; hay en él un apetito sexual hacia la chica blanca que no llega a consumarse y, por otro, presencia una caza sistemática de animales que le hace acometer, digamos, un acto de contrición por ellos.
II. La muerte
Se enseñorea del periplo de los niños y del walkabout. La imagen de lo marchito; ya sea en forma de mina abandonada y obsoleta, de tumbas humanas abarrotadas de hormigas, de carroñas o de osarios de bueyes, es constante en esta película.
Y una forma de muerte, parece decir Roeg, es la repetición cíclica de rutinas y vidas. El propio inicio; esa enrarecida secuencia de planos mudos, acompañados de una estridente melodía y feroces rutinas urbanas, deja la película más cerca del eclipse de Antonioni que de 'Dersu uzala' o el Malick panteísta.
La naturaleza es, en gran medida, muerte constante.
...
Algunas aristas, ambigüedades enriquecedoras.
El walkabout, tan hermanado con la tierra, da muerte de manera implacable a muchos animales para subsistir él. La chica, al final, recibe a su marido, eslabón exitosamente encadenado en el sistema burocrático, y escucha sus progresos laborales mientras un poema que, sí, es una oda a la inocencia perdida en la desnudez de la pequeña laguna, es narrado en off. Quizás en este punto pueda uno pensar que, en efecto, la chica añora al walkabout y el contacto de su piel con la roca virgen; pero, mientras estuvo en ella, exclamó que, quizás, con suerte, pudiesen volver a la civilización; donde uno puede lavarse bien los dientes.
Gracias.