Aunque no ha conseguido emocionarme tanto, como sí parece que lo ha hecho en el caso de muchos de los críticos que han valorado este film, no cabe duda que el lenguaje cinematográfico y la narración de esta historia dan cuenta de un maduro, avezado, y experimentado director, que ha contado con unos magníficos intérpretes para redondear su estimulante realización.

Historias como ésta son muy agradecidas para la valoración de los premios cinematográficos de la Academia de Hollywood y en verdad ésta aunque contiene los típicos estereotipos de madre luchadora que busca a su hijo desaparecido, sus méritos propios son destacables y la elevan sobre el típico telefilm de sobremesa.

Las miradas de los actores, los tiempos, los gestos..., desde que comienza el film ya percibimos que se trata de algo bien hecho y capaz de transmitirnos algo importante, y que vamos a recibir una dosis de buen cine de buen pulso y que nos dejará un buen rollito al salir de la sala de cine.

Porque si hay algo que podemos agradecer a las capas emocionales de la historia es ese humor en cierta manera siempre presente, soterrado y bien dosificado, que consigue convertir un argumento muy cargado de melodrama, en algo asumible y frescamente digerible.

Las contradicciones constantes entre religión y ateísmo, entre rencor y perdón, entre paz interior y tormenta personal, son los puntos de inflexión que se lanzan a la mente del espectador de forma aguda pero sin tomar un sesgo maniqueísta, lo que ya de por sí es para aplaudir a su inteligente y
sapiente director, que da por buenas las posturas a veces contradictorias y contrastadas que cada persona toma ante su propia vida.

Una leccion de buen cine, que sin llegar a un notable de brillantez, es capaz de hacernos saborear los buenos ingredientes de los que está compuesto el séptimo arte.