Prodigio de escenografía, 55 días en Pekín es el ejemplo, junto a La Caida del Imperio Romano, del concepto de superproducción hollywoodiense, aunque se rodase en Las Rozas. Porque el gran Samuel Bronston era un visionario, un Irving Thalberg, que amaba al cine y que quería ofrecer al espectador una visión de un hecho histórico con la máxima verosimilitud en la recreación, como si el espectador se asomase a una ventana en el tiempo y viviese ese pasado.

Ver la habitación de la Emperatriz, con unos detalles impresionantes en la escenografía, como paneles grabados y lacados que apenas se entrevén tras ella, o el diseño de vestuarios, o los despachos de los embajadores, muestra el grado de detalle y precisión, a la par que elegancia, que infundía a todas las películas que producía, pues todas estaban cortadas por el mismo patrón: la perfección en cada una de las escenas. Y la perfeción a base de carpinteros, artesanos de la piedra, historiadores...

55 días en Pekín es un film de aventuras coloniales, como Gunga Din, Karthoum, Las Cuatro plumas o Kim de la India; y como tal es un ejercicio magnífico de acción, aventura, emoción y romance. Poco importa quién tuviese razón, puesto que el objeto de la película es relatar la heroica resistencia, como en El Álamo o en Los Últimos de Filipinas, de un puñado de valientes en inferioridad numérica. Es heroismo, y Charlton Heston es el mejor exponente del héroe sin mácula.

Una maravilla, véanla sin complejos y disfruten.