¿Dónde se halla el secreto de la buena degustación fílmica? En el saber distinguir a los distintos géneros que se dispersan en este arte, entendiendo las disimilitudes entre una película costosa de otra con presupuesto acorde a la elaboración de un entretenido, divertido y digerible filme de comedia con no mayores intenciones que las de recrear un contexto que roza lo patético en el buen sentido de la terminología. Norbit, en cuestión, no teme caer en esta tentadora propuesta y redobla todo esto al grado de lo más bizarro y fanfarrón sin tener complejo alguno en el qué dirán. ¿Qué es lo atractivo de las obras que toman esta apoyatura? Que se animan a distorsionar a la realidad y encuentran su sentido en caracterizaciones absurdas, historias de las más clichés y descaradas, tramas que no aportan absolutamente nada nuevo al amplio repertorio cinematográfico y, para colmo, direcciones que no parecieran estar al tanto de todo esto. ¿Cuál es la diferencia? Que estas direcciones sí se encuentran al tanto de la circunstancia, y basándose en lo dicho, proponen una película que es atractiva a partir del síndrome de la ridiculez que las personifican y la gracia de jugar con ello y hacer un producto de calidad humorística, no más que eso. Allá aquellos que se quedan esperando obras maestras año tras año y no se dan el gusto de esperarlas relajándose un buen rato con este tipo de cintas domingueras que cumplen su más fiel propósito de divertir a la audiencia.