Es difícil escribir sobre una película que todo el mundo que se dice, o se cree, o es, cinéfilo... avala. Si bien el cine es algo universal, se me antoja difícil entrar en el universo de un cineasta finlandés como Kaurismäki, con todos los matices que esto requiere. ¿Realmente todo el mundo que avala la película la comprende? ¿O más bien, estos espectadores... hacen por comprenderla y, dejándose llevar por la (casi) doctrina de la estética, alcanzan a ver una obra maestra? La estética encorseta una trama, como dicen, y como veo, llena de humanidad y cotidianidad; aun así, creo que no debería sentirme culpable por no emocionarme ante lo que veo, ¿no? Si bien, no creo que sea una mala película, bien es cierto que no la volvería a ver. Y, yendo más allá, soy más (puestos a pensar en países lejanos) de ir a la Polonia de Kieslowski, a la emoción que encuentro en sus dilemas morales (aun sin comprender todos los matices, claro). El cine de Kaurismäki se me antoja igual de frío que su país. Ni me sorprende, ni me emociona, ni me dice nada más de lo que el guión sugiere (de verdad que no).

Aun y con todo, Alma Pöysti da credibilidad a esa mujer, en el fondo, empedernidamente romántica y dulce.