Alguien tendría que explicarme alguna vez por qué la Hammer, teniéndolo todo para hacer grandes películas de terror, ha descuidado tanto -a menudo- lo más importante: el guion. En este Drácula de Terence Fischer, la cosa es especialmente patente. Todo es estupendo en ella, excepto que la historia cojea muchísimo. Claro que, como estamos hablando de cine fantástico, podrá argüírseme que ahí cabe todo. Pero no. Precisamente en los relatos fantásticos, tanto si son literarios como cinematográficos, es donde más hay que cuidar que aquello que se nos cuenta resulte verosímil. Es una arte de magia que el narrador el cineasta deben dominar. De lo contrario, por mucho que actores, fotografía, decorados, ambientación, movimientos de cámara, sean óptimos, el resultado deja que desear. Al lector y al espectador inteligente, no se les puede exigir a que se traguen cualquier cosa.
Aun siendo está la mejor película de vampiros que conozco, está lejos de ser convincente.