Noviembre Dulce empieza como una película romántica previsible, de las que se han visto a montones. Sin embargo, a medida que pasan los minutos, y sin que el espectador sea siquiera consciente de ello, sucede que el film consigue salir del camino trillado para transitar por un terreno desconocido que implica y sorprende. Personalmente, valoro mucho las películas que contienen al menos alguna escena que vuelva a mi memoria tiempo después. En este caso, la escena que me vuelve de vez en cuando como un boomerang es aquella en la que Charlize pasea a los perros (enseñándole a Keanu algo sobre el verdadero valor del tiempo).