Como si de un encandilante predestigitador ambulante se tratase, el señor Tarantino se distingue por el asombroso talento de realizar mil trucos y efectos con los que montar sus películas por medio de su varita y chistera cinematográficas. Engaño y arificio sin par el que nos ofrece en este film,con el cual ya no logra engañarme, ya que gracias a la consideración del impacto de su obra en mi persona a lo largo de todos estos años, he podido darme cuenta que nunca llegó este hombre Tarantino darme nada real para mi existencia, y sí mucha estupidez barata que sólo trae problemas. Y aunque esto no fuese así, y lo cierto sea que la tensión que genera su cine, de un manera u otra, desemboca en una catarsis de la que podemos beneficiarnos, digo yo que esto es parte del fraude Tarantino, pues ¿de qué me vale aliviar una tensión que él mismo me ha creado?, esto es como un nada del que solo él sale ganando, y además nosotros perdiendo, porque habiendo creído que hemos hallado algo grande para nuestra vida, lo que llevamos es un puñado de ganas de ejercitar el "innoble acto de la blasfemia". Por lo que a mi respecta: Bye, Mr. Quentin!