Un brillante Javier Bardem interpreta a Blanco, un empresario embaucador, risueño, maquiavélico y paternalista, a partes iguales, que siempre se sale con la suya. Un líder que recuerda por momentos a Jesús Gil, al rey emérito Juan Carlos y a Florentino Pérez, a esos hombres tan acostumbrados a ganar y a que les bailen el agua. Uno de esos jefes tan habituados a cortar por lo sano y a tirar a la basura, sin miramientos, aquello que le estorba, aquello que le descuadra las cuentas.

El hecho de que sea llamado "patrón" revela a las claras el tipo de relación que marca con los empleados de su empresa, aunque a mí me parece un signo lingüístico ("patrón") extremadamente vetusto, desgastado y forzado.

Blanco, en la película, es un personaje bastante interesante y redondo, ya que no es simplemente un jefe faltón y autoritario, no es una simple caricatura, sino que es algo más sutil; sabe manipular a las personas con sus buenas maneras de encantador de serpiente para conseguir sus deseos e intereses, con una negra simpatía que te descoloca. Además, en la película encontramos varios flashes de eso que comúnmente llamamos la "erótica del poder", y de cómo Blanco juega con eso.

Bardem prácticamente llena la cinta con su presencia. Un actor que domina la escena y que atrapa. Manolo Solo y Almudena Amor realizan unas interpretaciones geniales. Y Fernando León ha sabido compaginar la crítica social con la comedia de una manera fantástica.