Nunca creí que Stallone (bueno, el personaje al que interpreta también) estuviese tan anciano en esta película. Hasta que la vi. Tan anciano que el tiempo empieza a pasarle factura a Rocky en esta séptima entrega de la saga, en la que se pone gravemente enfermo sin que llegue a curarse al final del metraje, lo que da una idea de que es posible de que haya una octava y última entrega, en la que hipotéticamente Rocky (y la saga) fallezcan definitivamente, uno de cáncer y otro de viejo.

En mitad de tanta decrepitud y soledad de la vieja gloria del boxeo, aparece un pimpollo (al parecer, hijo bastardo de Apollo Creed) en el hogar de Rocky dispuesto a obtener la misma fama y dinero que su padre, el cual, para lograrlo, tendrá que entrenarse duramente a las órdenes del de Philadelphia para vencer a un inglés algo macarra.

Una nueva historia doble de superación es la clave argumental de esta enésima entrega. Por un lado, superar el miedo a intentar vencer una enfermedad que ya se llevó a su esposa y cuñado. Y por otro lado, superar la barrera física y mental que separa el fracaso del triunfo dentro de un ring siendo uno mismo, y olvidándose de ser el hijo del antiguo Rey Apollo.

Recomiendo su visionado, en especial a los amantes de esta saga. No defraudará. Si bien en ocasiones el ritmo de la película puede decaer, la mayor parte del metraje se sostiene con muy buenas interpretaciones de Stallone y del hijo de Michael Jordan.