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Voto de antonalva:
4
Thriller Nick (Elijah Wood) se considera un chico con suerte porque va a conocer a Jill Goddard (Sasha Grey), la actriz más excitante del momento. Jill está promocionando su última película, y Nick ha ganado una cena con ella en un concurso on-line. Poco antes de salir, un tal Chord le comunica que la caprichosa actriz ha cancelado la cita. Para compensarlo, le ofrece a Nick la posibilidad de espiar a Jill durante la noche desde su portátil. (FILMAFFINITY) [+]
7 de julio de 2014
67 de 93 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reflexionar sobre la imagen – y por extensión, el cine – es una asignatura que todo amante del antaño celuloide tiene pendiente aprobar, preferiblemente con nota, para licenciarse como creador de pedigrí. Esa nimiedad les ha llevado a algunos cineastas treinta años de oficio y varias decenas de películas. Pero para nuestro enorme Nacho Vigalondo esos antecedentes son pequeñeces y se propone urdir un thriller con ecos de “La ventana indiscreta” y “El fotógrafo del pánico”. Su intento se queda en una torpe y obstinada disfunción eréctil, ya que si bien el comienzo es brioso y lleno de promesas, todo acaba en un coitus interruptus de la peor calaña: no consuma la faena – y me temo que nos quedaremos por siempre vírgenes.

El planteamiento es audaz y halagüeño. Estamos en la red: asistimos, a través de internet, a los pormenores del estreno de un tráiler. Vemos lo que ve el protagonista, un perplejo y desorbitado fan de la actriz protagonista que cultiva un blog apologético-lúbrico de susodicha actriz de redondeces voluptuosas y mohín desganado y que, en apariencia, se va a reunir con ella al haber ganado un concurso virtual… ¿o no? Poco a poco vamos perdiendo la seguridad en lo que vemos, en sus significados e interpretaciones, en el contenido de los múltiples desarrollos y meandros que van fatigando la trama. Y si bien durante casi una hora permanecemos atrapados en ese juego perverso del más-difícil-todavía que propone su aplicado director y guionista – donde la pérdida de toda certeza va acompañada de una sana sensación de peligro, acecho y vulnerabilidad – llegado un punto, todo se desvanece: tanta manipulación visual acaba sofocando. Tan sólo deseamos librarnos de la marmórea losa de tan plomizo desarrollo.

Nos encontramos con un gatillazo colosal. Hay tanto afán por engañar, arrastrar, seducir, acelerar, lanzarse sin red… que al final el clímax ha fallado – o no nos hemos enterado –porque de tanta esforzada pasión el juguete se ha quedado exangüe y exhausto. Los últimos cuarenta o cincuenta minutos carecen de interés: una persecución inverosímil, unos personajes innecesarios, unos quiebros falaces, unas dobleces sandias, una cursilería de primerizo, una torpeza y suciedad expositiva necesitada de un mejor libretista y de un montaje que ponga orden entre tanto frenesí de pandereta y alharaca que enoja, aburre y fatiga.

Queda un pelele desinflado, flácido, inerme y seco, mareado por tanta voltereta de noria de pueblo con aires de tiovivo de provincias. Mucho artificio de bisutería para paletos con ínfulas de cineasta ejercitado, como si el movimiento supusiera dirección y control. Desanima ver que un planteamiento prometedor y vigoroso se queda en tan raquítico resultado. Un farol. Un bluf.
antonalva
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