Cuando el deseo de aprender y desarrollarse es visto por los demás como un retraso...
Cuando la sinceridad y la valentía son considerados falsedad y cobardía...
Cuando el querer a una persona, genera odio en los demás...
Cuando la amistad es el caldo del que se alimenta la ira de los enemigos...
Cuando el amor pierde su sentido entre la locura...
Cuando se intenta ocultar un pasado que siempre nos persigue...
Cuando la pasión desata nuestros instintos más primarios...
Cuando el fuego consume nuestros temores y de sus cenizas resurge la fuerza que nos purifica...
Cuando la vida nos reta a un pulso, y somos capaces de vencerla...
Cuando vives una época para la que no estás hecho...

... es entonces cuando el ser humano, es más humano.

Y así lo retrata Fukunaga en la enésima adaptación a la gran pantalla del clásico de Charlotte Brontë. Una película victoriana en el sentido más estricto de la palabra. Teñida de melancolía y desasosiego. Con una fotografía espectacular, que pinta de otoño y declive todo aquello que aparece a nuestros ojos. Y sobre todo, con dos seres más que humanos al frente de los personajes. Mia Wasikowska y Michael Fassbender, se convierten en la representación física del amor; del miedo; del dolor; del odio; del rencor. Ellos son la catarsis perfecta a nuestros horrores. En sus silencios, se encierra gran parte de la grandeza de esta película.

Su gran fallo. Una pizca más de visceralidad en el trato del guión. Ese pequeño paso que habría hecho de esta gran película, algo emocionante y difícilmente olvidable. Pero quedémonos con los dos protagonistas... suframos con su romance, y comprendamos lo difícil que resulta a veces, ser humano en un mundo inhumano.