En esta peli hay madres que abandonan a sus hijos e hijos que abandonan a sus madres. Kikujiro y Masao son las dos caras de esa misma moneda y juntos como unos inverosímiles padre e hijo recorren las carreteras en busca de una madre hasta que llegan al mar con las manos vacías incapaces ya de seguir adelante. Los tipos que aparecen se nos muestran muy infantiles porque, a fin de cuentas, se trata del diario de un niño y todos ellos son en el fondo unos críos huérfanos. Hay una especie de tristeza invencible en la expresión del Masao —que Kikujiro a veces maquilla ridículamente para que despierte más la compasión de los conductores que pasan de largo— y que todos intentan compensar a su manera: la pareja joven con sus trucos, los motoristas participando en sus juegos, el escritor contándole sus cuentos y Kikujiro haciéndose cargo de él y protegiéndolo como puede de los reveses de la vida.

Yo diría que Kikujiro y Masao comparten un sentimiento de culpabilidad: los niños siempre se sienten culpables de algo. Incluso da la sensación de que el primero se busca una paliza esperando recibir así un castigo merecido. Es realmente un tipo impresentable, pero visto desde los ojos del niño despierta simpatía en su humanidad.

Quizás la peli sea demasiado larga y tenga momentos que me han parecido repetitivos, pero es lo bastante buena como para tenérselo en cuenta. Empieza como termina y termina como empieza, con el niño corriendo e impulsado por sus alas yendo a casa con su abuela y a su vida de siempre. Un verano para recordar.