Thriller psicológico con dos partes definidas a partir de la aparición de Colin Farrell.

La anterior, donde un sugerente asesino en serie acaba con un ramillete de víctimas a las que le causa la muerte sin dolor, sin ningún nexo de unión aparente a parte de la metodología para efectuar el homicidio. Jeffrey Dean Morgan, siempre brillante y con un aura de tristeza en sus interpretaciones, y la guapa Abbie Cornish en su papel de psiquiatra de campo, no tienen más remedio que recurrir a un antiguo doctor, Anthony Hopkins, que posee poderes premonitorios y que se encuentra retirado devastado por el dolor de la pérdida de su hija.

Después de una serie de flashback y flashforwards que se suceden sin aparente orden ni función, la investigación les lleva a conocer la mitad de la resolución del enigma, el porqué actúa así el asesino. Nos queda descubrir su identidad.

Y claro, en los títulos de crédito aparece Colin Farrell, que abruptamente hace su entrada en escena. Y con su aparición, se acaba toda la magia y la intriga a la que hasta ese momento, de una forma brillante diría yo, nos lleva el director Afonso Poyart.

Y ya sólo nos queda la resolución, el final que ha orquestado el guionista y el director para ponerle un broche del metal que el espectador considere a esta historia. Y aunque el dilema moral existe, y todos nos lo hemos planteado o nos lo planteamos a lo largo de nuestras vidas, a mi me parece un tanto decepcionante.

Con todo, notable película con el aroma a los thriller añejos, alguno de ellos