Doce hombres en una habitación decidiendo la inocencia o culpabilidad de un joven acusado de asesinar a su padre. Con un planteamiento tan sencillo se presenta una obra de enorme magnitud que atrapa al espectador y lo hace partícipe de la asfixia que sufren sus protagonistas en un ambiente claustrofóbico en el que tendrán que poner en tela de juicio no sólo los actos de una persona sino también sus propios valores y prejuicios personales. Al igual que en otra obra maestra como “La soga” todo el metraje transcurre en una sala, sobriedad de estilo que representa una manera de hacer cine desgraciadamente olvidada. Según avanza la trama el director profundiza en la psicología y las distintas convicciones que motivan a unos personajes designados al azar para hacer Justicia, y con ello presenta todo un alegato en favor de la presunción de inocencia, demasiadas veces postergada, así como una crítica velada a todo el sistema judicial norteamericano. El debutante Lumet entrega una obra irrepetible con un guión lleno de matices y un Henry Fonda en estado de gracia, que hace que uno recuerde por qué empezó a amar el cine.