Recordaba esta película como una trama de espionaje. Aunque ahora me parece una maravillosa historia de amor entre el agente Devlin y la alemana infiltrada. Debería enseñarse en las escuelas de cine como un ejercicio obligatorio. El mcguffin del uranio pone en marcha una trama en la que nada sobra ni falta. El dominio de la técnica de Hitchcock es abrumador: las morosas escenas de amor, grabadas casi en plano secuencia de primeros planos son envolventes. Los insertos de los objetos -tazas, botellas, llaves-, generalmente en visión subjetiva, nos permiten acceder a los pensamientos de los personajes con una maestría casi muda. Aunque el genio del director sea muy visual, los diálogos de Ben Hecht son afilados sobre todo en el núcleo argumental de la película: el conflicto entre la profesionalidad y el amor, un leitmotiv de las películas de espionaje pocas veces tratado con tanta profundidad como en esta película.