Europa puede atribuirse el mérito de ser la autora de las dos ideologías -fascismo y comunismo- que han derivado en el siglo más sangriento de los habidos en la Humanidad. Nuestro siglo XX puede ser calificado sin exageración de catastrófico. Quizá el acontecimiento más intenso lo constituyó la Segunda Guerra Mundial con la devastación que suponen 60 millones de muertos en seis años, pero tampoco se quedan muy atrás los horrores del gulag, los de las purgas maoístas o la proliferación de guerras civiles y gobiernos despóticos arropados en la legitimidad de las ideologías antedichas.

Siguiendo la rocambolesca vida de un pobre chico en un tiempo intempestivo podemos hacernos a la idea de la desinrazón de los regímenes autoritarios. Imperando el odio generalizado y forzado a un imprescindible disimulo, nuestro protagonista sobrevive de forma milagrosa a la guerra. El punto de vista que se adopta es claramente oiginal. Nos acercamos a la maldad intríseca del comunismo y del nazismo no desde los elevados discursos o como producto de las obras de los grandes hombres, sino a partir de la cotidineidad del marginado, del refugiado, del huérfano, del escolar.

Aunque se deslizan algunas licencias artísticas en la narración de los hechos históricos, el marco histórico es sólido. Igualmente es meritorio el trabajo de ambientación y las actuaciones son aceptables.

Nos hallamos ante una historia de valores basada en el contraste con los antivalores que se exhiben, con una trama interesante que enmascara perfectamente el amargo sabor de la medicina. En lo pequeño también puede instalarse el horror, esta sería una acertada formulación de la moraleja de esta película.