“Podrán cortar las flores, pero no detendrán la primavera”, enunció Pablo Neruda. La sonrisa final de Saúl es la simiente de una flor consciente de que el final se halla cerca, pero consciente también de que la primavera no morirá en manos de un pequeño individuo que ha contemplado y escuchado la injusticia. La sonrisa de Saúl es también acontecimiento prístino despojado de la esperanza y al mismo tiempo del desasosiego que otorga la incertidumbre acerca del propio destino.

Pero echo de menos tres cosas. En primer lugar echo de menos el llanto. Un llanto que refleje que las circunstancias que Saúl vive no han acabado con el asombro y el cuestionamiento acerca de la situación vital y del horror que el ser humano es capaz de generar cuando se sustituye a la ética por una “misión” que el hombre se autoimpone a modo de racionalización de su maldad; que su lucha no es pura irracionalidad o huida de una realidad que se presenta demasiado dolorosa como para ser enfrentada con las armas de la razón y el pensamiento. En otras palabras, que el acostumbramiento (la adaptación comprensible teniendo en cuenta el contexto) a la tragedia no suponga el crepúsculo de la sensibilidad y el impulso moral.

Echo en falta también un sentimiento y anhelo de unidad , una adición de fuerzas por una causa que abarque la totalidad (o al menos parte de ella) de los actos y decisiones de los personajes. Me da la sensación (totalmente subjetiva) de que en ningún momento hay un propósito colectivo, un tenue pero omnipresente resquicio de esperanza sustentado en el inalterable deseo de escapar del infierno. ¿Será porque cuando, como decía Bourdieu, no tiene el control sobre el presente, el ser humano es incapaz de planificar y luchar por su futuro?

Es cierto, el resto de protagonistas quieren conseguir la pólvora para hacer estallar parte de la instalación nazi y tener así oportunidades de escape, pero en todo momento percibo frialdad, distancia, incluso un exceso de realismo.

Y es que en este aspecto destaca (y peca) el film: por un lado, la ambientación, el sonido y las actuaciones de los personajes que no intervienen oralmente (los que “están detrás”, expresado prosaica y sucintamente) son brillantes y crean una atmósfera asfixiante y descorazonadora.
Por otro lado, el extremo realismo (que alabo, recalco), contribuye a que el espectador (al menos así fue mi caso) se distancie de la construcción psicológica de los personajes. En el plano secuencia en el que Saúl busca a un rabino en medio de la multitud de víctimas que serán ejecutadas, palpamos su soledad y desesperación, pero ambas son transmitidas gracias a la recreación de un entorno magníficamente conseguido, no por el desarrollo psicológico o la construcción progresiva de las emociones, pensamientos y voliciones del protagonista.

A un film como este, que tantas interpretaciones, indagaciones y reflexiones nos ofrece tanto durante su transcurso como tras su finalización, le hubiese sentado de maravilla una combinación de empleos distintos de plano y cámara. A este respecto quiero comentar mi última disconformidad con la película. Al film le falta, pausa, sosiego, diálogos y a la vez silencios más prolongados. Durante la película sentí un inacabable frenetismo, personajes que se empujan y gritan.
Por otra parte, y refiriéndome a lo expuesto al principio de este párrafo, el empleo de planos largos, mostrando globalmente a los personajes conversando o al entorno natural en una visión panorámica de ciertas localizaciones le hubiese otorgado un toque extraordinario, para mi gusto.