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España España · Oviedo
Voto de Gould:
10
Intriga Un sacerdote escucha la confesión de un criminal. Cuando las circunstancias implican al cura, y las sospechas de la policía recaen sobre él, entonces tendrá que afrontar una espinosa situación: no puede contar lo que sabe; tiene, pues, que encubrir al culpable porque está obligado a respetar el secreto de confesión. (FILMAFFINITY)
19 de marzo de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hitchcock alcanza una de las cumbres de su carrera con esta prodigiosa mezcla de cine negro, melodrama y película judicial. La magnífica partitura de Dmitri Tiomkin y el destacadísimo trabajo de actores –resultan inolvidables la suprema lección de Montgomery Clift, la sutilísima interpretación de Anne Baxter y la labor del resto de secundarios-, son algunos de los elementos más destacados de esta discusión sobre la moral civil y la religiosa, particularmente sombría y pesimista, en el que el sufrimiento metafísico del padre Logan, uno de tantos falsos culpables hitchcockianos, encuentra expresión genial a través de la contenida pero intensa actuación de Montgomery Clift, que logra imprimir a su personaje de un carácter casi mesiánico, a cuestas con su propia cruz, solitario y aislado, humillado por la muchedumbre. Una interpretación, por cierto, muy cercana en el tiempo y en el espíritu a otro excelso trabajo de Monty Clift, el que llevó a cabo en la extraordinaria “A place in the sun” (Un lugar en el sol, 1951) de Georges Stevens.

Pero es que la película es una maravilla en todas sus facetas. El largo flashback del personaje de Anne Baxter introduce de lleno el melodrama en una trama, hasta ese momento, de cine negro, con la explicación de todos los hechos y donde solo queda por asistir a la evolución psicológica de los personajes y sus razones, más que a la resolución de un asesinato del que conocemos desde el primer minuto su autoría.

Son otras cosas las que interesan al director. Como sucede en el mejor Hitchcock, el estilo se convierte en el corazón de un relato, lleno de hallazgos visuales, encuadres sorprendentes o gramáticas originales –es muy curioso el gran número de planos de espaldas o nucas de los personajes de gran expresividad-. Toda la película es una lección de solvencia técnica, fluidez, narración soberbia y originalidad de la puesta en escena, aún en su clasicismo, con inteligentes movimientos de cámara, juegos de luces y sombras, y un tono ominoso, pesimista y lúcido, que combinados constituyen una soberana lección de cine puro y una de las varias cumbres en la maravillosa carrera del maestro británico. Indiscutible obra maestra.
Gould
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